Aunque la noticia más leída de la semana haya sido la de la falsa licenciatura en Medicina de Tomás Burgos, el recién nombrado Secretario de Estado de la Seguridad Social, a mí lo que más me ha chocado es la reacción airada del Consejo del Poder Judicial a las críticas de la condena de Garzón. Está claro que Burgos cayó en las redes de la “Teoría de la Excelencia” del PP, obsesionado por demostrar que sus nombramientos recaen siempre sobre los primeros de la clase. A Esperanza Aguirre, adalid de dicha teoría, no le habrá gustado que su compañero falsificara las notas, aunque ni siquiera eso pudiera perturbar su alegría por la expulsión de clase del juez Garzón. “El fin no justifica los medios”, dijo la que en su día accedió a la presidencia de la Comunidad de Madrid gracias al voto de dos tránsfugas del PSOE. Sí, es cierto, a ella no le gustan los medios que utilizó Garzón, pero le gustaba menos todavía el fin que perseguía: demostrar que los amiguitos del alma de conocidos dirigentes de su partido eran unos gánster. A la vista de la sentencia, habrá que añadir al Bigotes a la lista de los honorables encabezada por Cams. ¿Y habrá que revisar también otras sentencias de ese juez que instruye tan mal?. La de Pinochet, la de Galindo, la de los narcotraficantes, la de los terroristas… No es extraño que lluevan las críticas que tanto indignan a Gabriela Bravo, la portavoz del Consejo General del Poder Judicial: “¡Inadmisible!”, “¡Intolerable!” gritaba para defender la sentencia con la ferocidad de la reina de corazones de “Alicia en el País de las maravillas”. Al día siguiente aclaraba que “no todos los imputados son iguales” por lo que “no en todas las ocasiones se puede estigmatizar la imagen o el honor de una persona”, refiriéndose en este caso al juicio contra Urdangarín. Es verdad que crecimos en un tiempo en que nada se podía criticar, ni a la Iglesia, ni a los militares, ni a la monarquía… ni por supuesto las decisiones de los tribunales; pero ahora se publican las sentencias y se retrasmiten las declaraciones de los acusados. Y hasta oímos al Presidente del Tribunal cuando se permitía hacer un chiste malo mientras su móvil sonaba en medio del juicio. Desde que presentamos al Chiquilicuatre en Eurovisión, no habíamos sentido tanta vergüenza, sobre todo sabiendo que representantes de organizaciones jurídicas internacionales seguían el juicio. Pero hagamos un esfuerzo por tomarnos en serio al alto tribunal: ¿Ha sido inteligente expulsar a Garzón antes de que se conociera el veredicto de los otras dos causas?. Muchos dicen que sí. Y que ya solo falta que le absuelvan de haber intentado investigar los crímenes del franquismo, lo que harán con toda seguridad, pues no hay duda de que Garzón ganaría este recurso en la máxima instancia europea. A mí, sin embargo, además de cínico, me parece demasiado previsible. Porque han de saber sus señorías que hemos leído la sentencia y nos ha parecido inconsistente, casi tanto como la que de Cams, aunque esté mejor redactada. Y a pesar de todo, defendemos que España sigue siendo un Estado de Derecho. “¡Que le corten la cabeza!”, gritaba la reina de corazones en “Alicia en el País de las Maravillas”. En España, al contrario, no ruedan las cabezas, se contentan con expulsar al juez. En cuanto a las dimensiones del escándalo, si alguno de los siete magistrados hubiera disentido, el escándalo hubiera sido mayúsculo; por unanimidad, el escándalo es supremo, como corresponde.