Medir el tiempo, ¡qué manía! Me refiero a medirlo con la exacta rotundidad de los modernos relojes. Muy distinto era el gesto del campesino que con un palito calculaba las horas de sol, o de la abuela que rezaba un credo para saber si el huevo pasado por agua estaba en su punto. La medida del tiempo se convirtió en una necesidad con el nacimiento del sistema capitalista. Fue entonces cuando el tiempo de trabajo se comenzó a intercambiar por un salario, y el burgués tenía que saber cuántas horas debía; fue cuando a la vida se la puso precio. Y desde ese momento, el tiempo corre a favor del usurero: cuanto más tiempo, más interés. “Reloj, no marques las horas….”, dice la canción. Esto bien lo entiende el hipotecado. Por algo los mejores relojes de pulsera son los relojes suizos. En Suiza se inventaron las tres armas del capitalismo: el reloj, el dinero y las cuentas opacas. Pero los que regalan a un niño un reloj en la Primera Comunión no saben que le inician en la propiedad del tiempo y que le arrebatan a la irresponsablidad gratuita y sagrada de la infancia. “Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire”, decía Cortázar, y con cuánta razón. ¿Para qué nos sirve el reloj?: a la mayoría para no llegar tarde al trabajo, a los militares de ahora, para calcular en qué momento exacto hay que disparar el misil. Los relojes no tienen alma, el tic-tac del reloj nos engaña cuando imita el latido del corazón. ¡Ay de aquel que mira de soslayo el reloj mientras abraza a su pareja! No saber en qué hora se vive es la mayor muestra de libertad, del sano desorden que solo se disfruta durante las vacaciones, cuando la imperturbable rigidez de las agujas es sustituida por la saludable flexibilidad de la luz. Por eso nos parece tan antinatural que el reloj continúe su cuenta de noche, sin respetar la tregua del sueño que nos ofrece la oscuridad . El tictac del reloj no nos deja dormir. Y el despertador nos devuelve desde la eternidad a la vida presente, hipotecada. Cuando nos despierta, volvemos a ser cucos atrapados por los haberes y los deberes. Gorki, el gran escritor antisistema, también reflexionó sobre el poder de los relojes: “La aguja camina, y, sin retorno, la vida reduce segundo a segundo del tiempo otorgado a cada uno de nosotros, un segundo que jamás volverá. (…) Cómo vivir, cómo saberse indispensable, no perder toda fe y todo deseo, cómo hacer para que ningún segundo pase sin que haya conmovido el corazón.” Y sin embargo, muchos hacen de los relojes la enseña de su bienestar, y convierten en joya el artilugio que mide el tiempo que les acerca a la muerte. Ahí tienen al mismísimo patriarca de la Iglesia Ortodoxa de la Santa Rusia, con el problema de su reloj de 30.000 dólares. Dijo que era un regalo (¿quizá de Putin, su benefactor?) y que nunca lo usaba, pero los internautas se lo han descubierto en una fotografía en que está leyendo la Biblia. Ya no se ve el reloj, que enseguida borraron de la foto, sino la sombra que proyecta sobre su escritorio. El milagroso potochoc no había previsto la sombra culpable que delata que el reino del patriarca sí es de este mundo. No solo por la horterada escandalosa del dineral que vale, sino porque delata que no es capaz de sustraerse a las mezquinas leyes del presente, incluso mientras lee la palabra de Dios. Sí, la sombra del oro camuflado revela su impostura, el tic tac invisible corrobora que el patriarca y su Iglesia tienen las horas contadas.