Para los aficionados a Dickens, las agencias de turismo han preparado un recorrido por los rincones en los que transcurrió su vida, entre ellos la fábrica de betún en donde trabajaba a los doce años durante diez horas diarias por seis chelines a la semana. Pero se me ocurre que ahora, desgraciadamente, el lector español no tiene que viajar tan lejos para encontrar ambientes semejantes a los que se describen en sus novelas. A Nancy, la amiga de Oliver Twist, podría hallarla hoy en cualquier local en los que se practica la prostitución de menores; al señor Scrooge, el avaro protagonista de “Canción de Navidad”, le hubiera encantado la Reforma Laboral aprobada recientemente; los juicios contra Garzón podrían haber figurado en “La casa desolada” o en cualquiera de las novelas en las que Dickens ironiza sobre la hipocresía de la Justicia, y el cinismo de las autoridades que exigen sacrificios mientras se niegan a que sus emolumentos sean recortados hubiera ocasionado la misma indignación a Dickens que los diputados ingleses a los que denunció cuando era cronista político. Familias en la calle, desahuciadas por deudas, emigrantes enfermos que no serán atendidos en los hospitales…, en fin, situaciones que creíamos que ya no se iban a dar nunca las encontramos al cabo de la calle en la España de hoy. En Valladolid, además, podemos sumergirnos muchas mañanas en una niebla casi tan densa como la que protegía la huida de los niños rateros de sus novelas, cuando eran perseguidos por los gendarmes, con la ventaja añadida de que su ayuntamiento ha aprobado una ordenanza propia de las novelas de Dickens: la de multar con 1500 euros a los pobres que piden por la calle. Londres y Valladolid, ¿la misma historia en dos ciudades?. Por eso me parece redundante que en la Feria del Libro se haya organizado la actividad “lúdica” llamada “La banda de Fagín”, en la que los niños son invitados a disfrazarse de rateros, emulando a los personajes de “Oliver Twist”, en una ciudad tan dickensiana de por sí. Aunque la mayor coincidencia entre nuestro tiempo y el de Dickens es la ideología utilitarista de Malthus, que ambos comparten, y a la que el autor de David Copperfield no dudó en calificar como economía inhumana. Sí, la rabia contra la injusticia no surgió en nosotros de la lectura del Manifiesto Comunista, anidó en nuestras almas mucho antes, en los largos inviernos de la infancia, mientras las lágrimas se deslizaban por nuestras mejillas hasta llegar a humedecer las páginas de un libro de Dickens. El poder de conmoción de la lectura consiste precisamente en eso, en hacernos gozar incluso de lo que nos atormenta. Imaginen a alguien que penetra en un recinto incendiado, fascinado por el resplandor del fuego, aguantando el ardor de las llamas. Ése es el lector de Dickens, se le conoce por el resto de ceniza que guarda siempre en su corazón. Parecerá paradójico, pero es lo mismo que les sucede a los enamorados. Todos sabemos que el amor incluye el sufrimiento, pero nadie desea morir sin haberlo probado, ¡y cuántos reinciden!. Si aún no ha disfrutado de ese placer, lo tiene muy fácil: baje a la librería y compre un libro de Dickens –esta semana le harán un descuento-. Luego suba a su casa y disfrute de nuestro amigo común. La lectura es uno de las escasas situaciones apacibles que están al alcance de cualquiera también en los tiempos difíciles, incluso cuando parece imposible concebir grandes esperanzas.