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Esperanza Ortega

Las cosas como son

Zenobia, Tagore y Juan Ramón Jiménez, una relación triangular

(Artículo publicado en “La sombra del ciprés”, suplemento literario de El Norte de Castilla. Sábado 5 de Mayo de 2012)
En 1916, Juan Ramón Jiménez parte rumbo a los EE.UU en un trasatlántico. Ese viaje va a ser una de las experiencias más importantes de su vida. La idea de que los acontecimientos de su biografía tenían una escasa incidencia en su obra es falsa, hasta el  lector menos avisado percibe que la poesía de J. R, Jiménez cambia de rumbo en el momento en que, tras aquel viaje, publica “Diario de un poeta recién casado”. Enamorarse de Zenobia Camprubí sin duda transforma su visión del mundo, que en adelante va a estar menos ensimismada, más atenta a la transcendencia de una realidad cuyo conocimiento antes había sido descartado a favor ensoñación. Él mismo señaló también lo decisivo que fue en ese momento la lectura de los poetas de tradición anglosajona que Zenobia conocía desde hacía ya mucho tiempo, pero nadie ha insistido en otra figura fundamental, tan importante para su evolución poética como para su relación amorosa. Me refiero a Tagore, el poeta bengalí. Sabemos que, en el curso de su noviazgo y en los primeros años de matrimonio, la pareja Zenobia –Juan Ramón se dedicaba a traducir a Tagore y hacía de esta labor un acto íntimo y amoroso. Como Francesca y Paolo en el Infierno de Dante, ellos se enamoraron mientras leían un libro, en este caso un libro de Tagore. En 1919, Zenobia le había escrito: “Constantemente ha sido usted nuestro compañero espiritual desde el momento en que comenzamos a conocerle hace cinco años. Ha sido una compañía maravillosa  y parece que usted se ha compenetrado en todas las cosas nuestras” Quiero subrayar la primera persona del plural que utiliza Zenobia: “nuestro compañero, las cosas nuestras” Y “compenetrar” significa “penetrar con alguien, al unísono”. Esto es lo que ocurre cuando Zenobia y Juan Ramón traducen a Tagore, que se compenetran entre ellos dos, cuando penetran juntos en su obra. Y al mismo tiempo que se esfuerzan en buscar las palabras en castellano que equivalen a los términos de Tagore en inglés, le hacen penetrar a él con ellos en el territorio lírico español, no como un extranjero, sino como un auténtico poeta andaluz. ¿Acaso traducían del inglés? Sí, a los partidarios de las traducciones fieles, las versiones de Tagore de Zenobia y J. R. Jiménez han de parecerles una herejía, pues Zenobia traducía del inglés los poemas que el mismo Tagore había trasladado a esta lengua desde el bengalí, y de manera nada literal. Además, Juan Ramón aportaba su impronta en el ritmo y la expresión poética, de tal manera que el Tagore que hemos conocido los españoles es un Tagore vertido en los frascos que todavía conservaban el perfume de la poesía de J. R. Jiménez. Y ocurre también lo contrario: leyendo la prosa poética que Juan Ramón escribía en aquel tiempo, notamos una identificación que nos llevaría a hablar de un Juan Ramón oriental, imbuido por la idea de la comunidad entre el hombre y la naturaleza, con un espíritu indú. Elisa Martín Ortega lo ha señalado con acierto en el prólogo a “El ala compasiva”, un libro que mantiene una relación estrechísima con “Luna nueva” de Tagore. En ambas obras aparece la misma visión trascendente de la niñez, e incluso un ritmo en la prosa que quizá el poeta de Moguer no hubiera hallado sin su labor de traductor. No quiero decir con esto que la tarea de Juan Ramón fuera meramente imitativa, sino que él descubrió las posibilidades de su propia sensibilidad al hilo del esfuerzo que hacía para verter al español a Tagore. “ ¿Te vemos sin que tú nos veas, absorto en tus sueños, o nos habías tú visto ya por el borde blanco de una nube negra, una noche de estío, sin que nosotros lo supiéramos?”, le pregunta J. R. Jiménez a Tagore en el colofón de “Luna nueva”. Ortega y Gasset parece contestar a esa pregunta cuando le explica a Zenobia en una carta cómo la lectura de un gran poeta le revela al lector algo de sí mismo que antes ignoraba, y produce la sensación de que expresa algo ya vivido por él. No es extraño que esta carta figure al comienzo de la Antología de Tagore que preparan juntos Zenobia y Juan Ramón. Aunque cuando la influencia de Tagore va a ser más patente en Juan Ramón Jiménez es en sus últimos libros, en la etapa que él llamaba intelectiva o inmanente, cuando el poeta se identifica con lo absoluto, lo eterno y, en definitiva, con la poesía misma. La poesía llega a ser entonces para J. R. Jiménez un dios “deseado y deseante”, ajeno al paradigma del dios judeocristiano. Se ha hablado mucho de la influencia de la filosofía krausista en la conformación de este dios que depende del poeta para existir, pero no se ha hablado lo suficiente de la tradición oriental, y en concreto de la poesía de Tagore, para explicar este encuentro íntimo del poeta con la Poesía. Me refiero al dios que en el poema titulado “La transparencia, Dios, la transparencia” Juan Ramón define como “la luminaria del clariver” y al que describe enredado con él “en lucha de amor”, el dios “de lo hermoso conseguido, conciencia mía de lo hermoso”. Tan semejante al dios que Tagore llama “Señor del silencio, señor de las canciones” y al que se dirige con estas palabras: “Señor de todos los cielos, si yo no existiera, ¿qué sería de tu amor?”  El dios de Tagore es el dios de la sed, del deseo, un dios que, como el de Juan Ramón Jiménez, necesita ser mirado y escuchado para que su potencia creadora se exprese. Dice Tagore en el poema titulado “La cosecha”: “Cuando tú vivías solo, no te conocías. Ninguna llamada, ningún mensaje llevaba el viento de una a otra orilla. Vine yo, y te despertaste, y los cielos florecieron con su luz”  Les propongo un juego: dirijan estas palabras de Tagore a Juan Ramón Jiménez y verán que tienen sentido. Y viceversa. Entonces, ¿se despertaron ambos poetas al unísono, mientras los cielos florecían?, ¿hasta tal punto llegó la compenetración de ambas escrituras? La contestación a estas preguntas la encontramos en otra frase de la carta antes aludida de Ortega y Gasset. Con su perspicacia característica no exenta de ironía, Ortega le asegura a Zenobia: “Todo gran poeta, señora, nos plagia”.

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Sobre el autor

Esperanza Ortega es escritora y profesora. Ha publicado poesía y narrativa, además de realizar antologías y estudios críticos, generalmente en el ámbito de la poesía clásica y contemporánea. Entre sus libros de poemas sobresalen “Mudanza” (1994), “Hilo solo” (Premio Gil de Biedma, 1995) y “Como si fuera una palabra” (2007). Su última obra poética se titula “Poema de las cinco estaciones” (2007), libro-objeto realizado en colaboración con los arquitectos Mansilla y Tuñón. Sin embargo, su último libro, “Las cosas como eran” (2009), pertenece al género de las memorias de infancia.Recibió el Premio Giner de los Ríos por su ensayo “El baúl volador” (1986) y el Premio Jauja de Cuentos por “El dueño de la Casa” (1994). También es autora de una biografía novelada del poeta “Garcilaso de la Vega” (2003) Ha traducido a poetas italianos como Humberto Saba y Atilio Bertolucci además de una versión del “Círculo de los lujuriosos” de La Divina Comedia de Dante (2008). Entre sus antologías y estudios de poesía española destacan los dedicados a la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del 27, con un interés especial por Francisco Pino, del que ha realizado numerosas antologías y estudios críticos. La última de estas antologías, titulada “Calamidad hermosa”, ha sido publicada este mismo año, con ocasión del Centenario del poeta.Perteneció al Consejo de Dirección de la revista de poesía “El signo del gorrión” y codirigió la colección Vuelapluma de Ed. Edilesa. Su obra poética aparece en numerosas antologías, entre las que destacan “Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española” (1950-2000) y “Poesía hispánica contemporánea”, ambas publicadas por Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores. Actualmente es colaboradora habitual en la sección de opinión de El Norte de Castilla y publica en distintas revistas literarias.