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Esperanza Ortega

Las cosas como son

La transparencia.

La transparencia, últimamente no se oye hablar de otra cosa. Y no porque se lea mucho a Juan Ramón Jiménez, en cuyo famoso verso “La transparencia, dios, la transparencia” se refería a la capacidad de ser traspasado por la luz de su dios deseado y deseante. Me refiero a la transparencia que todos los candidatos prometen instaurar cuando gobiernen. “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”, asevera el refrán, que en este caso viene al pelo para comentar la actualidad española. El Tribunal Supremo, desde ahora, va a ser transparente; las cuentas de los bancos financiados con dinero público, transparentes también. ¿Qué quiere decir eso?, ¿qué nos van a envolver las sentencias en papel de celofán o que los edificios de los bancos se van construir con materiales translúcidos, como el Palacio de Cristal del Retiro? Transparencia viene del prefijo “trans” –a través- y del “parere” latino, que significa “aparecer”, y es una cualidad óptica de los cuerpos diáfanos. Transparentes son los tejidos que no esconden suficientemente nuestras vergüenzas. Hay que tener cuidado con las transparencias, eso lo sabemos muy bien las mujeres, que asociamos la transparencia al impudor. Y a la ridiculez, pues también se tilda de transparente al inocentón que no sabe ocultar sus intenciones. Como las intenciones de lo políticos son materia reservada, nos ha entrado a los ciudadanos este afán desmedido de fisgar las cuentas públicas. Y ahora que han llegado las vacas flacas, no las queremos claras, sino transparentes. La transparencia ha sustituido a un término mucho más preciso, la honradez. La honradez supone una exigencia radical de justicia. He aquí la palabra que la política actual nunca pronuncia: justicia. El gobernante honrado no tiene que ser transparente, sino justo. Ni más ni menos. No hace falta ser un águila para darse cuenta de que es injusto negar 200 millones a los mineros mientras se destinan 23.000 millones a financiar Bankia. Es injusto que Garzón haya sido juzgado por haber investigado la trama Gürtel y por haber intentado dar voz a las víctimas del franquismo, eso lo ve hasta un ciego. Los socialistas presumían de sus 100 años de honradez, hasta que hasta ellos mismos se dieron cuenta de algo tan evidente como que el poder corrompe. Desde entonces los españoles ya no hablamos de honradez, sino de transparencia, quizá porque fueron los paparazzis de algunos medios de comunicación los que denunciaron la corrupción que se había instalado en el ministerio de gobernación de Felipe González. Pero yo me pregunto: ¿qué hubiera pasado si entonces hubiera gobernado el PP? No creo que el tema Roldán hubiera llegado a la prensa en plena lucha antiterrorista y, de haber intentado juzgarle, el juez Garzón llevaría ya muchos años fuera de la carrera judicial; y de haberlo hecho, otro tribunal le hubiera declarado inocente, como a Camps, más o menos. Pero no fue así, cayó el gobierno que presumía de honradez y entramos en la era de la transparencia, en la que estamos instalados hasta hoy. Y no es porque seamos transparentes por lo que sabemos cuánto hemos perdido. No, lo sabemos por lo que nos recortan a cada uno cada minuto que pasa. Y lo saben sobre todo los cinco millones y medio de parados, que no son transparentes, que tienen cuerpos y almas deseantes, igual que el dios de Juan Ramón Jiménez. Y desean justicia, como hace 100 años. Justicia de la buena, no de la vacua y transparente, de la que pesa en la balanza y es igual para todos.

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Sobre el autor

Esperanza Ortega es escritora y profesora. Ha publicado poesía y narrativa, además de realizar antologías y estudios críticos, generalmente en el ámbito de la poesía clásica y contemporánea. Entre sus libros de poemas sobresalen “Mudanza” (1994), “Hilo solo” (Premio Gil de Biedma, 1995) y “Como si fuera una palabra” (2007). Su última obra poética se titula “Poema de las cinco estaciones” (2007), libro-objeto realizado en colaboración con los arquitectos Mansilla y Tuñón. Sin embargo, su último libro, “Las cosas como eran” (2009), pertenece al género de las memorias de infancia.Recibió el Premio Giner de los Ríos por su ensayo “El baúl volador” (1986) y el Premio Jauja de Cuentos por “El dueño de la Casa” (1994). También es autora de una biografía novelada del poeta “Garcilaso de la Vega” (2003) Ha traducido a poetas italianos como Humberto Saba y Atilio Bertolucci además de una versión del “Círculo de los lujuriosos” de La Divina Comedia de Dante (2008). Entre sus antologías y estudios de poesía española destacan los dedicados a la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del 27, con un interés especial por Francisco Pino, del que ha realizado numerosas antologías y estudios críticos. La última de estas antologías, titulada “Calamidad hermosa”, ha sido publicada este mismo año, con ocasión del Centenario del poeta.Perteneció al Consejo de Dirección de la revista de poesía “El signo del gorrión” y codirigió la colección Vuelapluma de Ed. Edilesa. Su obra poética aparece en numerosas antologías, entre las que destacan “Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española” (1950-2000) y “Poesía hispánica contemporánea”, ambas publicadas por Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores. Actualmente es colaboradora habitual en la sección de opinión de El Norte de Castilla y publica en distintas revistas literarias.