Una joven inmigrante, madre soltera de un hijo al que adora, vive feliz con sus sueños de un futuro mejor, a pesar de que es corta de vista y de que su trabajo incansable no le ha permitido salir de la pobreza. Pero todo se tuerce cuando descubre que el niño ha heredado su enfermedad, y los médicos le aseguran que, de no ser operado, quedará irremisiblemente ciego en poco tiempo. Ya pueden imaginarse el conflicto: ella se desespera porque no sabe cómo conseguir el dinero para realizar la operación. Ruega, mendiga, pero todas las puertas se le cierran. Y no se resigna. Llega a robar y a matar. No, no les estoy contando algo que le ha sucedido a alguien que conozco. Se trata del argumento de una película de Lars Von Trier que se titula “Bailando en la oscuridad”; una película inolvidable, que no finaliza en la pantalla de cine, porque atrapa al espectador en una red de la que le es muy difícil evadirse. Hay otro dato que contribuye a crear ese centro imantado que nos devuelve intermitentemente a la historia: la música. Porque Selma, la protagonista, es una apasionada de los musicales de Hollywood y baila de maravilla. Los acordes del drama permanecen en la memoria de los espectadores mucho después de abandonar la sala de cine. Así es el arte de Von Trier, nos subyuga mientras nos hace sufrir. Una vez en la calle, para escapar de este recinto de oscuridad y de belleza insufrible, yo me decía a mí misma el día en que vi la película, hace ya diez años: es un melodrama que nada tiene que ver con la realidad actual. Ninguna persona, inmigrante o no, por pobre que sea, es rechazada en un hospital español; en consecuencia, en nuestros días, una historia semejante sería imposible. Así de simple. A pesar del egoísmo humano, de la soledad existencial, del absurdo de la vida… hay cosas por las que los ciudadanos españoles ya no tendremos que avergonzarnos. Y tenía razón, porque, si en los Estados Unidos, que es donde se desarrolla la acción, hubiera habido Seguridad Social para todos como la había en España, el drama no hubiera podido ni siquiera imaginarse. Sin embargo, hace tres días, esta película ha adquirido una actualidad inquietante en nuestro propio país, tras entrar en vigor la ley que prohíbe atender en los hospitales a los inmigrantes sin papeles que no paguen la factura. No pensábamos que iba a suceder nunca, pero en España, -sí, en España, aquí mismo- donde creíamos que pagábamos impuestos para que nada semejante pudiera sucederle a nadie, ha sucedido. Esto es lo que se le ha ocurrido al gobierno para hacer “sostenible” la medicina pública, que los enfermos sin papeles sean expulsados a la calle. ¿No sería mejor sacrificarlos para evitar su sufrimiento? Eso es lo que se hace con los animales domésticos. Pero ni esa ni ninguna otra pregunta se plantea el más insano de los gobiernos: alguien tiene que pagar el fraude financiero, alguien que no sea el mismo que lo ha originado. Tan claro como la luz del día. No se tapen los ojos. Von Trier no exageraba, ahora sabemos que en la oscuridad de los despachos se gestionan las tragedias. Si no lo creen, al tiempo. Y no se dejen enredar con disquisiciones bizantinas sobre la diversa normativa de las comunidades autónomas. Música cantada. Para los inmigrantes sin papeles es así de crudo y así de duro. Y para todos nosotros, así de abominable.