Quizá por deformación profesional, para mí el año no empieza en enero, sino en septiembre, cuando comienza el curso escolar. Los años van pasando, pero los alumnos conservan en los ojos una misma mirada inaugural, que vuelve a situar al profesor en el comienzo del camino. Sí, Heráclito tenía razón, nunca nos bañamos en el mismo río, sobre todo si su caudal lo forma la energía siempre renovada de niños y adolescentes. El primer día de curso posee algo limpio, un tacto de cristal aún no empañado por la rutina. Ese día se llena el abandono en el que dejamos a los colegios durante las vacaciones. ¿Hay algo más triste y desolador que un colegio vacío? Y aunque venga también acompañado de cierto nerviosismo, es un día inolvidable. Por eso, si leemos las memorias de infancia de cualquier escritor, nos topamos con el recuerdo de su primer día de curso. El poeta Thomas Tranströmer lo describe así: “Me encuentro entre muchachos de 11 años, desconocidos. Siento los nervios en el estómago, me siento inseguro y solo. (…) El ambiente es a medias de oscura inquietud y a medias de expectativa y esperanza” Así se encontrarán mañana muchos miles de niños españoles, mientras sus profesores les observan con más inquietud que esperanza. Las razones de su pesimismo son bien sabidas. No me refiero solo al deterioro de la enseñanza que sin duda ninguna supondrá el drástico recorte presupuestario, sino también al deterioro moral que ya ha producido el desprecio con el que se refieren las autoridades al sistema educativo español. Un botón de muestra: el propio Ministro de Educación afirmó en Agosto que había que cambiar las pruebas Selectividad porque las aprobaban la mayoría de los estudiantes. Pues ya sabemos lo que se nos avecina. Si por lo menos nos dejaran el consuelo de que en esta escuela que califican de ineficaz para trasmitir conocimientos se les enseñe a los niños valores como la solidaridad, la honradez y la justicia… Y aquí viene lo peor, porque precisamente el lunes, día en que los alumnos de primaria se dirigían al colegio, recibimos la noticia de que Eurovegas se instalará en las afueras de Madrid. Pinocho se dejó llevar por el reclamo del País del Juego precisamente ese día, para convertirse en un asno desgraciado y estúpido. ¿Seguirán mañana nuestros alumnos ese mismo reclamo para caer en la trampa de la canalla gansteril que representa Eurovegas? Cospedal recibe la noticia con servil alborozo. “Cualquier proyecto que suponga puestos de trabajo –dice- será bien acogido”. ¿Cualquier tipo de trabajo?, ¡Válgame Dios!, ¿también los burdeles donde se ejerce la profesión más antigua del mundo? Porque es esa basura la que Sheldon Adelson nos promete a cambio de la deshonra nacional. Un inciso: ¿Irá Cospedal a la inauguración ataviada con mantilla y peineta como a la procesión del Corpus de Toledo? Fuera de bromas, lo último que desea un maestro para sus alumnos es que acaben trabajando en Eurovegas. Educamos precisamente para lo contrario, para que en un futuro tengan otro valor que no sea el dinero y otro placer que no sea la ruleta. ¿Comprenden ahora la oscura inquietud que nos invade este comienzo de curso? Lo comprenderán mejor cuando les diga que Esperanza Aguirre eligió precisamente la inauguración del curso escolar en un colegio de Guadix para lanzarnos esta piedra a todos los profesores españoles. ¿Cómo esquivarla? Contemplando a los alumnos que ya entran en clase, en cuya mirada pervive, seguro, contra viento y marea, un aura de promesa.