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Esperanza Ortega

Las cosas como son

Ni Mas ni menos

¿Saben cuál fue el artículo de primera necesidad que suministró Catalina Montes a los niños hambrientos de El Salvador cuando los encontró desnudos tras el asesinato de su hermano, el misionero Segundo Montes?: un caramelo. En ese gesto tan suyo reside una filosofía de la vida opuesta a la de esa parlamentaria del PP valenciano que acusa a los beneficiarios de ayudas estatales de gastarse el dinero en comprar una televisión. Es propio de los prepotentes que cuando dan limosna reclamen a quienes la reciben la austeridad y el raciocinio que no poseen ellos mismos. Catalina sabía que solo un caramelo aliviaría a los niños de la vida infrahumana que habían sufrido hasta entonces. ¡Cómo recordarán aún esa primera dulzura inolvidable aquellos niños de la ciudad Segundo Montes, hoy hombres hechos y derechos gracias a Catalina! Seguro que con la misma intensidad con la que Proust rememoró su tiempo perdido al llevarse una magdalena a los labios. Porque, aunque parezca paradójico, los dulces son la sal de la vida. Lorca afirmaba que tanto los dulces como las nanas infantiles conforman la identidad de nuestro pueblo: “En la melodía, como en el dulce, se refugia la emoción de la historia, su luz permanente sin fechas ni hechos. El amor y la brisa de nuestro país vienen en la rica pasta de turrón”. No cabe duda, en la repostería se refugia la verdad que nos devuelve a nuestro origen común. ¿Sería yo española si en mi infancia no hubiera probado el turrón de Jijona, los sobaos pasiegos, la tarta de Santiago, las ensaimadas mallorquinas o la crema catalana? Sus sabores y aromas dibujaron en mi paladar el mapa de España, como el cerne inconfundible de los árboles o las huellas del dedo pulgar. Se equivocó Ortega y Gasset cuando dijo que España estaba invertebrada, sus vértebras están bien soldadas, aunque sea con la ductilidad y la dulzura de los huesos de santo. Y sigo con Lorca: “En el mapa de España notamos un intercambio de sangres y de jugos (…) un esqueleto de aire irrompible que une las regiones de la península” ¿Que si no me gustan los marron glacés?, ¡cómo no!, pero los saboreo con el paladar y no con el corazón, al contrario que las almendras garrapiñadas o el arroz con leche. Solo lo que probamos en la infancia huele a nana de madre y a primer amor. Y a eso me huelen a mí los panellets de las confiterías del Paseo de Gracia o los tocinillos de cielo de Villoldo. Todos ellos conforman la dulce España. La misma España de la que se despedía Pino, el poeta que nunca reconoció otra patria que el Pinar de Antequera, poco antes abandonar el mundo: “Españita, ñita,/ flor de los querubes,/ paloma en las nubes,/ niña o todavía,/ (en el palomar/ tu eñe y tu uve,/ tu erre y tu jota)/ de mañana acudes/ niña, a mi balcón,/ me dices adiós,/ con los halos tristes,/ con las alas tristes,/ con la mano triste:/ ¡adiós!/ ¡oh ese adiós”. Es cierto que de esa españita con minúscula nada saben los que prefieren los bombones Godiva de Bruselas a los vasquitos y nesquitas de Vitoria, es decir, todos aquellos que, desde el PP hasta CIU -sus rencillas no pasan de ser rifirrafes entre hermanos de familia rica- están de acuerdo en dejarnos este año sin turrón, mientras sacian la avidez de sus compañías financieras. Habrá que defenderse de esa España, aunque por Navidad nos conformemos con comer torrijas y, a falta de televisión, escuchemos las campanadas por la radio, (no sea que se sulfure la  pepera-pera). Ni Más ni menos.

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Sobre el autor

Esperanza Ortega es escritora y profesora. Ha publicado poesía y narrativa, además de realizar antologías y estudios críticos, generalmente en el ámbito de la poesía clásica y contemporánea. Entre sus libros de poemas sobresalen “Mudanza” (1994), “Hilo solo” (Premio Gil de Biedma, 1995) y “Como si fuera una palabra” (2007). Su última obra poética se titula “Poema de las cinco estaciones” (2007), libro-objeto realizado en colaboración con los arquitectos Mansilla y Tuñón. Sin embargo, su último libro, “Las cosas como eran” (2009), pertenece al género de las memorias de infancia.Recibió el Premio Giner de los Ríos por su ensayo “El baúl volador” (1986) y el Premio Jauja de Cuentos por “El dueño de la Casa” (1994). También es autora de una biografía novelada del poeta “Garcilaso de la Vega” (2003) Ha traducido a poetas italianos como Humberto Saba y Atilio Bertolucci además de una versión del “Círculo de los lujuriosos” de La Divina Comedia de Dante (2008). Entre sus antologías y estudios de poesía española destacan los dedicados a la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del 27, con un interés especial por Francisco Pino, del que ha realizado numerosas antologías y estudios críticos. La última de estas antologías, titulada “Calamidad hermosa”, ha sido publicada este mismo año, con ocasión del Centenario del poeta.Perteneció al Consejo de Dirección de la revista de poesía “El signo del gorrión” y codirigió la colección Vuelapluma de Ed. Edilesa. Su obra poética aparece en numerosas antologías, entre las que destacan “Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española” (1950-2000) y “Poesía hispánica contemporánea”, ambas publicadas por Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores. Actualmente es colaboradora habitual en la sección de opinión de El Norte de Castilla y publica en distintas revistas literarias.