Lo decían las madres, que tuviéramos cuidado con las malas compañías. Puede que a Marcial Dorado le pasara precisamente eso, de otra manera no estaría en la cárcel, de seguro. Aunque también es verdad que si hubiera seguido los consejos maternales no hubiera tenido yate y nadie hubiera querido estar en su compañía en los días de gloria, haciendo honor a su nombre de Dorado. Aunque en ese caso tampoco el intachable Díez Feijoo, con la medallita de la cruz colgando, hubiera subido a su barco a extenderle la crema por la espalda. Aunque también es verdad que, llamándose Nautilus el yate, es muy posible que Feijoo creyera que su amigo del alma era el Capitán Nemo y que ambos viajaban hacia la isla misteriosa. Aunque también es cierto que si Fraga, por ejemplo, no hubiera subido al Azor en compañía del Caudillo tampoco hubiera llegado a ser ministro y, por las mismas, no hubiera ni soñado que con el tiempo protagonizaría la Transición, y menos llegaría a presidente de la Xunta de Galicia, ni en consecuencia se hubieran escuchado las gaitas ni hubiera perfumado el botafumeiro su funeral, cuando murió en olor de santidad democrática y castiza. Aunque también es verdad que no se sube tan alto como para poder resbalarse desde la cubierta si uno no se aúpa en las compañías, buenas o malas, que llevan el timón del poder y el dinero. Aunque si Feijoo hubiera subido al Nautilus e incluso hasta hubiera hecho negocios más dorados que transparentes pero no se hubiera dejado hacer fotografías, entonces no saldría en los periódicos nada más que para presumir de honradez y transparencia, mientras denuncia a otros políticos que, como Anxo Quintana se hicieron fotos con poderosos empresarios y que por eso merecen el oprobio de los que como él solo suben a yates de narcos todavía no condenados en firme. Aunque también es verdad que si Dorado no hubiera dado con sus huesos en la cárcel, nada importaría haberse fotografiado con él y todavía menos haber viajado a Andorra a ver lo picos nevados y comprarse una máquina de fotos, porque aquí lo que cuenta es que haya sentencia judicial y lo demás son dimes y diretes. ¿Lo ven? Al final todos los políticos son iguales y la culpa –en diferido- la tienen las máquinas de fotos. ¿Y quién no se ha hecho una foto en un barco de paseo de una ría gallega? Pues aplíquese el cuento. Yo, sin embargo, sigo erre que erre. Ayer mismo he visto un reportaje en Canal 24, en el que se mostraba como ejemplo de prosperidad económica el lujoso emporio de la isla de Ibiza, frecuentado por la mafia rusa, alrededor del imperio de Abel Matutes y sus descendientes, que han recogido la antorcha de Marbella, la cosmopolita. Aunque también es verdad que muy pronto tendremos en Madrid-Eurovegas la manera de hacernos fotos de refilón con el gansterismo internacional, compañía que cualquier madre en su sano juicio prohibiría terminantemente frecuentar a sus hijos. Aunque también sea cierto que cuando salieran esas fotos habrían pasado 20 años y que los delitos habrían prescrito. Y en todo caso ¿quién iba a demostrarlos si la única prueba sería una foto? Y todo por haberse arrimado al árbol de la buena sombra, en vez de vagar por ahí, como tantos que, por no haber sabido elegir las buenas compañías, ahora cumplen condena convictos y confesos. Yo también estoy hecha un lío, la verdad. Pero vean la foto, que una imagen vale más que mil palabras.