Siempre me ha gustado ver correr a la gente. Y de todos los deportes olímpicos el que me fascina es la carrera. Fue una revelación que tuve al ver correr a Carl Lewis con esa elegancia aristocrática que heredó de sus antepasados africanos. Correr es el primer deporte que practicó el homo sapiens, la prueba es que también es el primero que practican algunos niños, los que corren antes de aprender a andar, como si tuvieran prisa por conocer el mundo. Y la carrera es un sucedáneo del vuelo, suprema aspiración del ser humano. ¡Ah, si la vida no fuera un camino, como la definía Manrique, sino un firmamento sin caminos!, ¡qué cerca nos sentiríamos de la eternidad!. Tan cerca como estuvo de ella “Caballo Blanco”, el corredor menos solitario de todos los que han pateado la faz de la tierra. Se llamaba Micah True y nació de Colorado. El nombre de “Caballo Blanco” se lo pusieron los indios Tarahuana, que fueron los que también le pusieron las alas en los pies –corría descalzo, como ellos, porque las alas no caben en los deportivos-. Y a este Aquiles americano no hubo quien le parara desde entonces, para él la carrera fue una forma de vida. Nunca alcanzó una meta suficiente, porque su afán era el horizonte mismo, siempre más allá. “¡Libre para correr!”, este era su lema. Y a Caballo Blanco le llegó su hora mientras hacía un alto en el camino, en la Frontera de Mexico y Arizona. Le encontraron tendido con los pies dentro del agua, a la orilla de un río, sonriente, como si hubiera alcanzado el descanso definitivo en el lugar más apropiado, quizá porque sabía que las vidas todas al fin desembocan en un mismo mar. “Caballo Blanco” organizaba anualmente la Ultramaratón de Barrancas del Cobre, que consistía en recorrer 80 Km sin descanso, cada uno a su ritmo, entre desfiladeros y poblados indígenas. Él mismo dijo sobre este maratón atípico: “mientras algunos están en guerra en el mundo, nosotros nos reunimos en lo más profundo del cañón para compartir con los nativos, comer, reír, bailar, correr y traer la paz”. ¿Qué hubiera dicho Caballo Blanco al enterarse de que alguien había tenido la idea de sembrar la muerte en Boston, mientras se desarrollaba un maratón? Seguramente hubiera guardado silencio, consternado e incrédulo. Porque tanto para Caballo Blanco como para los indios Tarahuana la carrera era una forma simbólica de escapar de la muerte, que solo atrapa a los que se cansan de correr. Y también les hubiera parecido una canallada, porque el corredor es el más indefenso de los hombres. Sí, me refiero a la carrera a pelo, no a la carrera de coches, de motos o caballos. Estas son al deporte lo que la artillería a la lucha cuerpo a cuerpo: la muerte de la épica, la ausencia de heroísmo. Así lo veo yo. La bomba de Boston convirtió la tierra, en la que los corredores apoyaban los pies con vocación de vuelo, en hoyo donde enterrar despojos. Ante hechos tan espantosos solo podemos hacer mutis, tras atender a los heridos y enterrar a los muertos. Dan ganas de echarse a correr, como Caballo Blanco, en busca de los indios tarahuana. A esta meta ha llegado la historia humana en su carrera por el dominio de la naturaleza, hasta convertirse en depredador de su propia especie, en una suerte de canibalismo anoréxico, que ni siquiera aprecia el cuerpo de sus víctimas, porque no las conoce ni las ha deseado. ¡Qué quieren que les diga! Para salir corriendo.