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Esperanza Ortega

Las cosas como son

Contra toda esperanza.

 

Una madre encarga una tarta en la que figure el nombre de su hijo, que cumple ocho años al día siguiente.  La mañana misma de su cumpleaños, el niño es atropellado y cae en un coma del que no volverá a despertar. Es el argumento de un cuento de Raymon Carver. Cuando lo leí, me admiró el talento de Carver para hacer verosimil  una historia tan inconcebible como atroz. ¡Precisamente el día de su cumpleaños! Sin embargo, cuando supe que un niño había muerto en la Cabalgata de Reyes, pensé que me encontraba ante un suceso tan inverosimil como el del cuento, y mucho más atroz, al ser real. Y lo sigo pensando, no porque este suceso demuestre que Dios no estuvo donde debía estar –únicamente en su ausencia puede morir un niño de ocho años-, sino porque revela que su lugar lo ha ocupado un ser malévolo: el que sea atropellado por una carroza parece obra de un designio, no puede deberse al azar. Pero en el cuento de Carver, la tortura continúa: mientras la madre espera angustiada a que el niño vuelva en sí, alguien llama al teléfono insistentemente  para reprocharle que haya olvidado el cumpleaños de su hijo. Una vez muerto, descubre que aquellas llamadas inoportunas eran las del pastelero, que llevaba esperando tres días a que fuera a recoger la tarta. Cada noche de Reyes -pensé- su madre escuchará los comentarios sobre la felicidad de los niños con la misma angustia que la madre del cuento escuchaba la voz del pastelero, todo lo que digamos o escribamos sobre la ilusión infantil caerá como un dardo sobre su herida abierta. Hace unos días me enteré de que la madre había muerto también, un desenlace lógico a una historia sin salida. ¿Cómo terminaba el cuento de Carver? Volví a leerlo, no lo recordaba: la misma noche de la muerte del niño, los padres van a la pastelería determinados a descargar su ira contra quien les torturaba con las llamadas telefónicas. El pastelero, consternado, se disculpa y les pide que se sienten y hablen con él, y juntos van descubriendo la falta de sentido de sus vidas. La charla se prolonga hasta el amanecer, y el pastelero saca los bollos del horno. Una especie de acompañamiento solidario en la desdicha les empuja a comer, aunque solo sea para ponerle a la muerte las cosas más difíciles. Para eso vale saber hacer bollos, para ofrecérselos a unos padres desesperados que deben vivir, contra toda esperanza. “Contra toda esperanza” es el título de las memorias de Nadiezhda Mandelstam, la esposa del poeta ruso que murió de frío en el gulag de Siberia, y cuyos poemas ella conservó siempre en la memoria. Eso es lo que tiene la literatura, que a diferencia de las religiones no ofrece soluciones al enigma de la muerte, pero ofrece el consuelo de la conversación sobre el sinsentido de la existencia: escritor y lector sentados a la misma mesa. Como el pastelero ofrecía sus bollos, Carver nos ofrece su relato, a todos, porque todos somos condenados que necesitan compañía. Para olvidar nuestra condena, inventamos historias como la de los Reyes Magos, con las que disfrutamos tanto como los niños. Para eso mismo inventan los escritores sus argumentos, por terribles que sean. ¿Imaginan cómo escribiría un niño huérfano su carta a los Reyes, aún sabiendo que no iba a recibir regalo alguno? Seguro que con la misma ilusión y cuidado con que Carver escribía su cuento y el pastelero preparaba sus bollos. Por eso escribo yo esta columna, y por el mismo motivo se labran con cuidado los epitafios sobre las piedras de las tumbas, contra toda esperanza.

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Sobre el autor

Esperanza Ortega es escritora y profesora. Ha publicado poesía y narrativa, además de realizar antologías y estudios críticos, generalmente en el ámbito de la poesía clásica y contemporánea. Entre sus libros de poemas sobresalen “Mudanza” (1994), “Hilo solo” (Premio Gil de Biedma, 1995) y “Como si fuera una palabra” (2007). Su última obra poética se titula “Poema de las cinco estaciones” (2007), libro-objeto realizado en colaboración con los arquitectos Mansilla y Tuñón. Sin embargo, su último libro, “Las cosas como eran” (2009), pertenece al género de las memorias de infancia.Recibió el Premio Giner de los Ríos por su ensayo “El baúl volador” (1986) y el Premio Jauja de Cuentos por “El dueño de la Casa” (1994). También es autora de una biografía novelada del poeta “Garcilaso de la Vega” (2003) Ha traducido a poetas italianos como Humberto Saba y Atilio Bertolucci además de una versión del “Círculo de los lujuriosos” de La Divina Comedia de Dante (2008). Entre sus antologías y estudios de poesía española destacan los dedicados a la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del 27, con un interés especial por Francisco Pino, del que ha realizado numerosas antologías y estudios críticos. La última de estas antologías, titulada “Calamidad hermosa”, ha sido publicada este mismo año, con ocasión del Centenario del poeta.Perteneció al Consejo de Dirección de la revista de poesía “El signo del gorrión” y codirigió la colección Vuelapluma de Ed. Edilesa. Su obra poética aparece en numerosas antologías, entre las que destacan “Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española” (1950-2000) y “Poesía hispánica contemporánea”, ambas publicadas por Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores. Actualmente es colaboradora habitual en la sección de opinión de El Norte de Castilla y publica en distintas revistas literarias.