Cándido, el protagonista de la novela de Voltaire, creía a su preceptor Pangloss cuando le aseguraba que vivía en el mejor de los mundos. Tuvo que recorrer el mundo entero, presenciado guerras y catástrofes, para convencerse de que su preceptor estaba engañado. Pero le costó, porque era realmente cándido y seguía creyendo que la verdad y la justicia vencerían a la avaricia y al crimen. Por eso se escandalizaba diariamente, perplejo ante la crueldad humana. Esa mirada cándida es la que se echa en falta en nuestros días, en los que se diría que hemos perdido nuestra capacidad de asombro. ¿Para qué comentar el comunicado de los expertos del Banco de España aconsejando regresar al esclavismo para solucionar la crisis?, ¿para que comentar la cara dura de Rajoy y Griñán cuando afirman no haberse enterado de lo que sucedía en sus despachos? Hasta los niños de primaria se encojen de hombros, considerando estos hechos tan habituales como inevitables. Ni siquiera el descuartizamiento de una mujer por parte de otro experto – en este caso en espiritualidad budista y artes marciales- espanta en una sociedad como la nuestra, en la que ladrones y asesinos callan cuando se les llama por su nombre. ¿Han visto a algún banquero que se revuelva airado cuando le acusan de malversador, ladrón o mentiroso? Hasta la infanta Cristina respira aliviada por no tener que ir a declarar, en vez de presentarse ella misma para dejar bien clara su inocencia. Y la única queja contra los escraches es que los niños se enteren de que sus padres son unos sinvergüenzas. Ellos no tienen la culpa de lo que hayamos hecho nosotros, vienen a decir. Visto lo visto, hasta Cándido hubiera reconocido que este mundo está hecho un desastre, y que la ética es hoy un artefacto en desuso. No es extraño que en la enseñanza se la sustituya por la religión, al menos la religión promete un mundo más allá mejor que este de acá, en el que se premia a los malos y se castiga a los buenos. ¡Pero si hasta en el Vaticano reconocen sin tapujos las dificultades del Papa para acabar con la corrupción de la curia…! Precisamente por eso, la perplejidad de Cándido ante la corrupción posee todavía un contenido revolucionario. ¿No será su inocencia una forma radical de rebeldía?. Habría que seguir asombrándose diariamente, sin rendirse a la evidencia de que el mundo es así. ¿Saben cómo termina Voltaire su novela?: Cándido, al final de su viaje, perdida su inocencia, se encuentra con un sabio cuyo único objetivo en la vida es cuidar de su huerto, pues el mundo se reduce para él a una pequeña parcela de armonía. Quizá fuera lo mejor, pienso mientras riego los pensamientos y las alegrías de mi balcón. Pero miro a la calle y, al ver a los que hurgan en los contenedores, no puedo evitar volver a escandalizarme. Para estar satisfechos en nuestro huerto hay que evitar mirar hacia abajo y hacia la derecha, y si me apuran también hacia la izquierda. Hay que vivir como si las calles estuvieran desiertas. Pero entonces, ¿para qué plantar flores en un balcón que nadie va a mirar?, ¿para qué asomarnos, sin la esperanza de que pase un vecino y nos salude? Contra viento y marea, nos decimos algunos, habrá que seguir escuchando las razones de Cándido, pues la candidez es la única respuesta crítica a la falsa verdad que infecta las conciencias. No, no me refiero a que creamos vivir en el mejor de los mundos, sino a que neguemos otra evidencia igual de simple y mucho más dañina: que este mundo infecto sea inevitablemente el único posible.