“Ese es un esperpento”, decía mi madre cuando quería referirse a una persona que, en vez de disimular su fealdad, la remarcaba con el arreglo exagerado. Yo saqué la conclusión de que un esperpento era un fantoche que más que risa inspiraba miedo. “Da miedo verlo”, remachaba mi madre. Acostumbrada a estas expresiones, entendí a la primera la definición de “esperpento” que daba Valle Inclán en “Luces de bohemia”, como deformación grotesca de la realidad española. Max Estrella, su protagonista, dice que España es una deformación grotesca de la civilización europea, y por tanto, un esperpento. Sí, mirábamos a nuestro alrededor y todo en España era deforme, como las figuras que nos encontramos al reflejarnos en un espejo cóncavo. Ante esta imagen podíamos reír o llorar, cualquier cosa menos tomarnos en serio. Tras la muerte de Franco, sin embargo, España parecía haber salido de su círculo esperpéntico. Pero la cabra tira al monte, y hete aquí que en los últimos tiempos, los pocos que leemos periódicos no sabemos si nos hablan de broma o van en serio. No se trata solo de que una ministra haya recibido dinero de una mafia, sino de que sus emolumentos los dedicara a pagar la primera comunión de su niño; se trata de que la presidenta de no sé cuantos “organismos” responda a los periodistas que lo que paga su partido a su mafioso tesorero no es un sueldo sino una indemnización, ejem, en diferido, claro, eso, en diferido… o que la misma banda de mafiosos haya costeado las luciérnagas de la boda en El Escorial de la hija del Presidente de España. Y ayer mismo la actualidad española nos ofrece otro esperpento de esos que ni Valle Inclán hubiera imaginado. Me refiero a la noticia de que la infanta se dedica a la compraventa de locales y parcelas diseminados por toda la geografía española, desde Valenzuela de Calatrava hasta Pilar de la Horadada. Si lo leo hace unos meses, pienso que lo que me han vendido en el kiosco es un periódico today, y sin embargo, ayer seguí leyendo, con la sospecha de que podía ser posible. Eso mismo le habrá pasado al juez. Igual que me parecería posible que le hubieran pillado al Bigotes pagando en Mercadona un toblerone gigante por valor de 2000 euros al hijo de Montoro que iba de Ejercicios espirituales a Ibiza con los Legionarios de Cristo, por ejemplo; o que se ha descubierto que Wert falsificó las notas de su título universitario –eso tendría gracia, la verdad-. Lo repito: todo es posible hoy en España, hasta lo más grotesco. Hay quien dice que el secreto está en que quieren endosarle a la infanta otro delito, como si no fuera poco descrédito el que tiene ya encima, y otros dicen que lo han preparado para desacreditar a Hacienda o a la policía o al Estado español o a los fruteros o a los notarios o a los panaderos o a los registradores de la propiedad. Termine usted la lista, nadie se libra de aparecer en el espejo cóncavo. Yo me lo creo todo, pero tampoco lo entiendo, porque si quieren demostrar que España es un esperpento no habría necesidad de echar mano de pruebas falsas, a diario tenemos sobradas razones para justificar el que seamos el hazmerreír del mundo entero. Y tomen nota los europeos, porque España es solamente la deformación exagerada de lo que ellos son de manera menos notoria, pero igual de despreciable. Lo malo es que este esperpento tan continuado, lejos de inspirarnos risa, a muchos nos está empezando a dar miedo.