“Quisiera saber mi vocación: soltera, casada, viuda o monja”. Con gracia y con ritmo saltábamos a la comba mientras tarareábamos esta cantilena. Si tropezabas en “monja”, si tropezabas en “viuda” o en “soltera”…, pues vuelta a empezar. Es lo que tiene el don del juego, que nunca es irreversible. ¿Qué pensaríamos si escucháramos esta canción en un parque actual? No quiero ni pensarlo. Pues es lo que sigue ocurriendo en la Iglesia católica. ¿Hasta que llegó Francesco? Puede que hasta que haya llegado Francesco. No sé qué modo conjugar, si el indicativo, que usamos para lo que creemos probable, o el subjuntivo, que nos sitúa en el limbo nebuloso de la improbabilidad. A Francesco no le parece mal del todo que las mujeres entren en la Iglesia por la puerta grande, dice que hay que revisar su papel subalterno. Y añaden los rumores que va nombrar cardenala a una de ellas, pues no se necesita ser sacerdote para ser cardenal. Idea divertida donde las haya, propia de un jesuita argentino con ingenio. Ya me estoy riendo de la reacción de los roucovarelas. Un gesto como ese haría que Francesco nos cayera aún mejor todavía. La pena es que no cambiaría en casi nada la estructura injusta, machista de la Iglesia. ¿Y por qué no tirar por la calle del medio y admitir de una vez el sacerdocio femenino? –El Papa no ha venido a romper con nada- comentan en Ecclesia a raíz de sus declaraciones sobre la mujer, los homosexuales o la pobreza. ¿Eso es lo cristiano, no romper con nada? ¡Que venga Dios y lo vea! Cualquiera que lea el evangelio comprobará que Jesús vino a romper con todo, que él mismo se rompió la crisma luchando contra los fariseos. ¡Qué le hubiera costado ser un poco más diplomático y tomar la mano tendida de Poncio Pilatos! La tragedia hubiera acabado en final feliz, existirían los jesuitas, pero el cristianismo no existiría. Y no me refiero solo al tema del sacerdocio femenino, sino también y sobre todo a la denuncia tajante de la pobreza y de sus inductores. Es verdad que el santo de Asís llamaba “hermano” incluso al lobo más feroz, pero se acercó a él para amansarlo, para convencerlo de que no siguiera devorando a las ovejas. Aquí está el milagro, en que lo consiguió ¿Así se acercará Francesco al hermano fabricante de armas, al hermano financiero sin escrúpulos, al hermano represor y corrupto? Ojalá ahora mismo les esté convenciendo de que abandonen ellos esa actitud depredadora que tiene sumida en la miseria a media Humanidad, porque, en otro caso, tendrá que coger el látigo y echarles del templo, como hizo Jesús. Que conste que Francesco siempre nos seguirá cayendo mejor que Benedicto, por mucho que nada decisivo separe a la Iglesia de Francesco de la de Benedicto. ¿Pero se imaginan que Lutero King hubiera pactado con el Gobierno de los EE.UU para que, sin tener los negros los mismos derechos civiles que los blancos, al menos nombraran a uno de ellos alcalde? No, porque Lutero King creía en los milagros, sin esa creencia no hubiera sido asesinado, aunque hubiera sido derrotado. La derrota continua del cristianismo es el panorama de soberbia y corrupción farisea del Estado Vaticano, que recibe como hermano al lobo cuando se le acerca con sus fauces aún ensangrentadas. ¿Quién dijo eso de que, no por mis palabras, sino por mis obras me conoceréis? Acabar con la connivencia de la Iglesia con los poderosos sería un milagro, claro que sí ¿Y no es un milagro lo mínimo que se puede pedir al representante de Dios en la Tierra?