Ustedes también se habrán distraído alguna vez leyendo esos titulares que aparecen en la parte baja del televisor en canal 24, mientras ven cualquier programa, incluso los informativos que se presentan con apariencia de seriedad. Los textos rezan de esta guisa: Fulano (un cantante) reitera que en su próximo concierto llevará calzones de lunares amarillos; Zutana (una novelista) publicará la tercera parte de su trilogía cuando a su hija se le caiga el primer diente de leche; zozobra una patera con 300 personas a bordo, no hay supervivientes; los expertos afirman que España crecerá un 0’4 más que Hawái cuando se amplíen sus exportaciones de tornillos; Wert asegura que los recortes en Educación favorecerán el bilingüismo inglés-español del personal no docente gallego; el prelado portugués de pies más grandes calza un 56; Montoro aclara, refiriéndose a las cuentas de la Hacienda española: hoy te quiero más que ayer pero menos que mañana; aparece un video de un bombardeo norteamericano en Afganistán en el que perecieron 20 ancianas que cosían al sol; Eduard Punset revela las conclusiones de su última investigación científica: no es oro todo lo que reluce; la R.A.E admite el adjetivo zampabollos; el Papa Francisco desayunó el domingo una tostada de pan de molde con dulce argentino… Disparates y tragedias de ese calibre, mezcladas por las aspas de un túrmix idiota, aparecen cada minuto en la pantalla, con vocación de tenernos informados en todo momento de lo que pasa en el mundo. ¡Qué maravilla! Poseer el privilegio de escuchar con tanta inmediatez tantas banalidades inconexas. ¿Habrá alguien que seleccione las noticias o será la casualidad la única responsable? En el primer caso, ¿perseguirá algún fin el que selecciona o simplemente se dejará guiar por el olfato de sabueso detectador de audiencias? A mí, el caso me recuerda el texto de Tristan Tzara, en el que da la receta para hacer un poema dadaísta: primero recortar palabras de un periódico cualquiera, después, meterlas en una bolsa, revolverlas, finalmente, copiarlas en orden según las vayamos sacando. El texto resultante contará nuestra biografía, un retrato en palabras de lo que somos, seres absurdos e incoherentes. Algo semejante hace el seleccionador de titulares: toma de aquí y allá, para acto seguido ofrecerlo a mogollón, sin orden ni sentido ninguno. ¿Cuál es el resultado?. No es nuestra biografía, claro está, sino algo mucho más imponente: la Historia del Mundo Contemporáneo. La sensación de absurdo es totalmente coherente con el panorama que presenta. ¿El antídoto? Leer cualquier buen relato, desde María de Francia hasta Alice Munro. Allí, en los textos en que alguien –no un cualquiera- ha medido cada una de sus palabras, sopesando su sentido y reflexionando sobre su pertinencia, encontrarán que se cuenta la vida de cada uno de los lectores mientras avanza el argumento, con sus anhelos, sus temores y sus melancolías, y en consecuencia, hay muchas posibilidades de que, tras la lectura, salga a la calle sintiendo que es una suerte haber nacido ser humano en vez de lechuga o saltamontes. Rece porque sea eso lo que recuerden nuestros descendientes de nosotros, rece porque los residuos informativos del presente se entierren muy profundo en el agujero negro de lo inmediato y allí permanezcan olvidados hasta el nunca jamás. Así sea.