Durante algunos años trabajé en Palencia mientras residía en Valladolid. Esa circunstancia me obligaba a madrugar mucho, pues cada día tenía que coger un tren a las siete y veinte de la mañana. Todavía era noche cerrada y las calles estaban desiertas cuando salía de casa. Mis únicos compañeros de fatigas eran los barrenderos. Como siempre pasaba por las mismas calles a la misma hora, llegué a establecer con ellos una suerte de solidaridad en los fríos amaneceres del invierno. Nos saludábamos con un gesto amable, que era la señal del reconocimiento. Entonces me di cuenta de la labor imprescindible de los obreros de la limpieza, barrenderos y basureros, que adecentan el mundo sin hacerse presentes. Me di cuenta de que son el sostén de la civilización urbana. El carro de la basura abría sus fauces y ellos se asomaban burlando su avidez. ¡Cuánta inmundicia desprende la ciudad! No se lo pueden imaginar ustedes. Los poetas sí se lo imaginan. Juan Gelman recuerda en una de sus “Miradas” al escritor ruso Platonov, que barría la entrada del Instituto de Literatura de Moscú, por obra de una purga stalinista. Juan Ramón Jiménez subraya el noble oficio del barrer: “Por la mañana barro las hojarascas de mis sueños como el jardinero las hojas secas”. Francisco Pino dedica uno de sus antisalmos a los barrenderos y, entre otras cosas dice: ”El Alcalde se acuesta a las doce. Se duerme, no sueña./El barrendero se acuesta a las doce. Le duelen los riñones. Y sueña que está barriendo junto a una estrella./ Algo está ocurriendo” Y ocurre que los barrenderos de Madrid están en huelga porque quieren echar a más de 1.000 de ellos y rebajar su sueldo hasta convertirlo en basura. Los señoritos no entienden sus reivindicaciones, ni en sueños les miran. Igual que antes dejaban las bacinillas en la mesilla de noche para que se las vaciaran los criados, consideran natural encontrar las calles limpias cuando salen de casa. Seguramente Botella cree que las calles de Madrid las barre la ratita presumida, a la que ya “externalizó” por si pedía a cambio otra cinta de raso. La culpa es de los sindicatos y empresarios que no se ponen de acuerdo en cuánta porquería tolerarán los madrileños, dice la alcaldesa, unos por otros la casa sin barrer. Como si el primer deber del Estado no fuera mantener limpia la polis. Sí, algo está ocurriendo, algo que huele a peste y amenaza la paz de las ciudades. Dudo que Botella sepa que barrer y basura vienen de la raíz indoeuropea “wers”, que también dio origen a la palabra “guerra”, y que “barricada” se deriva del mismo lexema. En la oscuridad de la noche, mientras los madrileños duermen, alguien puede encender la hoguera, los barrenderos pueden dejar de soñar con barrer las estrellas, puede que sus riñones ya no soporten el peso de tanta ignominia. Ocurre que Botella invirtió demasiado en la publicidad de los Juegos Olímpicos. Y ocurre que desde Cibeles a Neptuno, desde Alcalá hasta La Elipa, pasando por Vallecas, Lavapiés, Embajadores y Cuatro Caminos -¡Ah, qué nombres hermosos los de la ciudad de Madrid!- ya está soñando con que lleguen los barrenderos con sus escobas limpias y barran sus legañas al amanecer, que el civilizado camión de la basura vuelva a convertir sus calles y sus plazas en espacio cordial, justo, habitable. Eso está ocurriendo.