Esta es la historia de Eros y Psique: Afrodita, la diosa del amor, convence a su hijo Eros de que lance su flecha sobre una bella muchacha llamada Psique, y le haga enamorarse de un ser monstruoso. Pero Eros se enamora de Psique y la lleva a un palacio donde Psique permanece sola hasta la medianoche, momento en que Eros duerme con ella en la oscuridad. La condición del amante divino es que no encienda la luz, que le ame sin conocer su identidad, pues descubrirla sería una prueba de desconfianza que acabaría con su amor para siempre. Así pasan los días y las noches de extrema felicidad hasta que Psique decide descubrir el rostro de su amante mientras está dormido. Los consejos de sus hermanas, que le advierten que quién se oculta en la noche no puede ser nadie más que un monstruo, le llevan a encender la lámpara de aceite, con tanto temor como curiosidad. ¿Y qué descubre? Descubre los ojos hermosísimos y encolerizados de Eros clavados en los suyos, pues unas gotas de aceite de la lámpara han caído en su hombro mientras ella temblaba de miedo y ansiedad. La tristeza, la soledad y el arrepentimiento serán sus compañeros desde entonces, hasta que recupere a su amor perdido tras sucederse en su vida una cadena de infortunios. La historia termina bien, afortunadamente, al menos en esta versión del mito. La que no termina bien es la historia de Eros y Psique que acabo de leer en un periódico. Psique tiene doce años y es engañada por un hombre de 57 que se hace pasar por un adolescente como ella. Tras declararle su amor en el chat, el falso Eros, que es especialista en trucos informáticos, consigue verla desnuda en el ordenador. Cuando cumple trece años deciden encontrarse en la habitación de un hotel para culminar su historia amorosa. Eros le pone su condición: entrará en la habitación a oscuras y su comunicación amorosa será exclusivamente sonora y táctil. Así lo hacen unas cuantas veces. Pero un día, cuando iba a abandonar la habitación, la niña encendió la luz y vio el verdadero rostro de quien creía que era el amor mismo. Se pueden imaginar el resto hasta que interviene la policía. El falso Eros ha sido condenado a 29 años de cárcel y la bella y desgraciada Psique se va recuperando poco a poco entre psiquiatras y psicólogos. Me pregunto si, al menos el pederasta de 57 años, conocía el mito. Me pregunto también si el mito reproduce ese miedo ancestral a reconocer el verdadero rostro del amor cuando ya es demasiado tarde para retroceder. ¿No quieren todos los amantes verdaderos entregarse con riesgo de ser engañados como prueba de la inevitabilidad de su pasión? Me pregunto por qué nunca sucede al contrario, por qué las mujeres maduras no engañan a los adolescentes fogosos o por qué los adolescentes no se dejan engañar. ¿Y qué pueden hacer los padres de las niñas para evitar que las engañen? Sin duda lo mismo que las hermanas de Psique: advertirles de que no se fíen de lo desconocido. Como si el amor mismo no fuera siempre y para todas el más desconocido de los sentimientos.