La semana pasada murió el Conde Drácula. Parece que un vampiro no puede morir, pero así ha sido. Lo digo porque para mí Christopher Lee seguirá siendo siempre el primer vampiro de mi vida. Mi padre era el dueño del cine, y yo veía todo tipo de películas desde mi más tierna edad, independientemente de que fueran o no toleradas. Mientras caía sobre mi barbilla la crema de un chocolatina rellena de fresa, me di cuenta de que aquel caballero apuesto no era precisamente el príncipe de Blanca Nieves, y que su apariencia suscitaba a un tiempo la atracción y el repelús. El atractivo del personaje de Drácula se sitúa en esa zona oscura que subyace detrás de la imagen que los seres humanos mostramos a la luz del día. Quien visita nuestras moradas oscuras siempre posee una belleza inquietante, sobre todo para las mujeres, que son las víctimas de su seducción. Por eso no es extraño que sea una poeta, María Victoria Atencia, la que haya escrito estos versos dedicados a Drácula en el poema titulado “Cada noche te espero”: “El mosto de la muerte con su empacho te alienta. /Me voy quedando fría en tanto que amanece /y sorbes acremente mi paz a borbotones.” El que el príncipe de la noche la elija como víctima no es un suceso despreciable para ninguna mujer, independientemente de que huya de sus garras por instinto de conservación. No todas huían. Conocí en mi juventud a dos amigas inseparables a las que llamaba “las vampirizadas”: iban siempre vestidas de negro, pálidas y ojerosas, absortas en el vacío de su silencio compartido. Pero al llegar la noche, las dos vampirizadas resplandecían entre el humo y la fatiga general. Sus ojos reflejaban la avidez del sediento que descubre la proximidad de el pozo capaz de saciar su sed infinita. La noche ofrecía entonces una nueva perspectiva de la ciudad, tan sugerente como peligrosa –me refiero a la noche de antes, tan distinta a la de los viernes bulliciosos e iluminados que reúnen en algunas calles a nutridos grupos de adolescentes-. Cortázar explicó en una entrevista esa doble vida de las ciudades, la diurna y la nocturna, y cómo era la segunda la más interesante para el artista: “Al ponerme a caminar en la noche, dejo de pertenecer al mundo ordinario, me sitúo con respecto a la ciudad y la ciudad con respecto a mí en esa relación que a los surrealistas les gustaba llamar privilegiada. Es en esa situación donde se producen los pasajes, los puentes, las ósmosis, los descubrimientos. Caminar en la noche por la ciudad significa avanzar hacia mi interior, pero es imposible decirlo con palabras”. Sí, el mensaje de la oscuridad, tan difícil de traducir en palabras, loexpresó el cine con exactitud. Por eso la novela de Drácula no impacta tanto como las secuencias de la película protagonizada por Christopher Lee, cuya imagen estoy segura de que inspiró los versos de María Victoria Atencia. Habrá muerto Christopher Frank Carandini Lee, el hombre de vida ordinaria, pero su personaje seguirá visitando nuestros sueños, para mostrarnos su imagen escondida y subyugante, la misma que recordaba yo cuando volví del cine después de haber visto Drácula, mientras me miraba al espejo y descubría en el cuello las manchas de fresa que me habían escurrido de la chocolatina. Con cándida extrañeza, con el lógico miedo y con un deleite por vez primera inconfesable.