La actualidad de ésta semana ha estado presidida por las banderas. No me refiero solo al banderón que sacó Pedro Sánchez en su mitin a la americana, sino también a la controversia que se ha producido en el Sur de los EEUU, entre los que pretenden restaurar la bandera esclavista y los que siguen defendiendo la confederada. A mí lo de las banderas me trae bastante al pairo, como les ocurre a la mayoría de los españoles porque, lo quieran o no los que la llevan bordada en la camisa, la bandera española no tiene arraigo popular. Las banderas poseen un valor simbólico, y a un símbolo no le cambia el significado la voluntad política. Por eso renunciaron sus partidarios a la tricolor, porque entendieron que se trataba de algo tan insignificante como el color de una tela. En cualquier caso, los españoles tuvimos 40 años para sacudirnos el patriotismo banderil, al contrario de lo que sucedió en otros países. ¿Se acuerdan de los chistes de banderas? Son guarros, pero habrán de reconocer que generaciones enteras se desternillaron de risa con chistes como éste: “Había un francés, un inglés y un español, y el francés dice: pues los franceses tenemos la bandera más bonita del mundo. El inglés dice: pues los ingleses tenemos las praderas más verdes del mundo. Y el español les replica: pues los españoles tenemos un perro que se c… en la pradera y de limpia el c… con la bandera”. Así somos, escatológicos y desvergonzados con todo lo que atañe a los símbolos patrióticos. Menos los catalanes y los vascos, que se derriten de emoción con su ikurriña y su senyera. En eso son más europeos que nosotros, se parecen más al inglés y al francés del chiste. Lo mismo nos pasa con el himno: no le hemos puesto ni letra para no discutir por algo que no nos importa lo más mínimo. El verdadero himno español es el “Asturias patria querida”. ¡Qué emoción escucharlo mientras paseamos por una street inglesa o una rue francesa! Te sientes de súbito en medio de una calle española. Como solemos entonarlo en posesión del don de la ebriedad, no nos fijamos en la hermosa simbología de su letra: “tengo de subir al árbol, tengo de coger la flor…” No hay himno del mundo que contenga dos versos tan maravillosos. Y la flor sigue ahí por los siglos, tan añorada como inalcanzable. Esta flor es España, ésta sí que la pondríamos todos en el balcón con verdadero orgullo patriótico, porque su perfume nos traspasa en cuanto cruzamos la frontera española. Pedro Sánchez ha renunciado a ella como al puño que la sostenía, él sabrá lo que hace. Y en cuanto a la rojigualda, pues que sepan los que la llevan hasta en la correa del perro que era la bandera del reino de Aragón, y que la República añadió el morado del pendón castellano para representar la unidad de España. La enciclopedia Álvarez aseguraba que el rojo significaba la sangre de sus mártires y el amarillo, el oro del Imperio; pero hoy, cuando el oro español lo tienen guardado en los bancos suizos, deberían sus partidarios eliminar el amarillo y quedarse solo con una gigantesca bandera encarnada. Tendría su gracia. Así somos los españoles, absurdos y contradictorios. Solo nos une la flor inalcanzable que pende todavía de en un árbol soñado. Lo mejor sería que, tras la resaca, recogiéramos los trapos y nos pusiéramos todos a hacer lo que el pueblo español viene haciendo más por necesidad que por patriotismo: trabajar por España.