El domingo, al igual que tantos y tantas, estuve pendiente del debate entre Pablo Iglesias y Albert Rivera. Como si se tratara del campeonato de la Champions, lo que se plantearon inmediatamente los medios de comunicación fue quién había ganado el partido. Sin duda fue Rivera el que ocupó más tiempo en pantalla. Y es que Rivera tenía que dar muchas más que explicaciones que Pablo Iglesias, cuyas ideas, corroboradas por su nombre y apellido, ya conocíamos sobradamente. Supimos con exactitud hasta donde llega el apoyo del capital financiero a Rivera por las palabras de ánimo que le dirigió un alto cargo de uno de los bancos más importantes de España. Pero Rivera lo que debía demostrar es que también había en Ciudadanos una preocupación por los problemas sociales, y que no era únicamente Podemos el abanderado de los desposeídos. Pablo Iglesias solo tenía que mantenerse en su sitio, sin asustar demasiado al posible tránsfuga socialista. Yo creo que en este punto crucial el dirigente de Ciudadanos, con toda su verborrea, fracasó. Se hizo patente su insensibilidad social al hablar del tema de la Sanidad Universal y tampoco aclaró cuál era su posición frente a la reforma laboral de la derecha pura y dura. Rivera justificaba su moderación a la hora de apoyar medidas de contención de la desigualdad con un argumento tan contundente: hay que cuadrar las cuentas. Y para cuadrar las cuentas estaban sus asesores económicos. Es verdad, son esas cuentas las que establecen la diferencia entre la derecha y la izquierda o, si lo prefieren, entre los conservadores y los progresistas. A los progresistas nunca les han cuadrado las cuentas, quizá por eso desean cambiar el mundo de los números por el mundo de los seres humanos. Reflexionando sobre el tema me acordé de dos conservadores geniales que, sin embargo, hubieran estado más de acuerdo con Iglesias que con Rivera: Francisco Pino y Miguel Delibes. En su poema “Yo no cambio” Pino aclara sus prioridades: “Yo no cambio/ la palabra por la cifra,/ ni la sangre por la tinta,/ ni el grito por el disparo/ ni la lágrima por el plástico/ ni al iluso por el práctico/ ni al hecho cantable por el dato contable…” El práctico Rivera apostó por la cifra, por la sangre, por el disparo, por el plástico y por el hecho contable, frente al iluso Iglesias, que apostaría por la palabra, la tinta, el grito y el hecho cantable. Hay que elegir, no se puede estar a las duras y a las maduras. Tampoco parecían cuadrarle las cuentas a Delibes, cuando, hace ya muchos años, en el discurso de su entrada a la academia, denunciaba con un radicalismo extremo los efectos sobre la sociedad del sistema capitalista: “la destrucción de la naturaleza no es solamente física, sino una destrucción de su significado para el hombre, una verdadera amputación espiritual y vital de éste. Al hombre, ciertamente, se le arrebata la pureza del aire y del agua, pero también se le amputa el lenguaje; y el paisaje en el que transcurre su vida, lleno de referencias personales y de su comunidad, es convertido en un paisaje despersonalizado e insignificante”. Todos, incluso Rajoy, estarían de acuerdo en que Delibes y Pino tenían razón, pero seguirían con su política porque de otra manera no les cuadrarían las cuentas, al menos las que no están a buen resguardo, en Suiza. El problema es que a los ilusos progresistas tampoco les cuadran las cuentas cuando leen las cifras del hambre, la injusticia y la desigualdad; así que, termina el partido y seguimos en tablas.