Catorce horas caminando por un terreno escarpado. Toda la noche solo, rodeado de alimañas. Un niño de dos años perdido en la sierra de Folgoso del Monte, en el Bierzo. Y cuando le encuentran, está perfectamente, como si acabara de darse un paseo por el paraje preferido de tantos senderistas. Se trata del Ipam, que se separó de sus padres la tarde del lunes y fue rescatado por la Guardia Civil a las diez de la mañana del martes. A mí estas noticias no solo me conmueven, también me traen a la memoria los cuentos en los que los niños se pierden en el bosque. Puede que el bosque sea una metáfora del mundo, con sus peligros innumerables. Pero en esos cuentos no falta nunca el lobo depredador, que no hubiera perdonado el manjar suculento del niño Ipam. La noticia del niño perdido nos remite más bien al estado original, cuando hombres y animales convivían en paz, en el jardín del Paraíso. Allí los animales hablaban, pero no sabían mentir, como el lobo de Caperucita, excepto la serpiente o Eva misma tras ser descubierta. La historia de Tarzán y la de todos los niños salvajes –que hubo muchos en la realidad- nos hablan de ese mundo en que la naturaleza no se comporta de manera feroz ni compasiva, sino todo lo contrario. Pero nada sabremos nunca de ese reino porque los niños que sobreviven y regresan o no han aprendido aún o ya han olvidado el lenguaje de los seres humanos. Puede que por eso hayan sido capaces de entenderse con los animales. El prototipo de esos niños inocentes y sabios es el pequeño príncipe de Saint Exupèry. Nadie como el escritor-aviador tradujo ese lenguaje perdido en su historia del niño que deambulaba entre las estrellas sin descuidar por eso su flor preferida. El suyo hubiera sido un relato insignificante y pueril si la serpiente no rondara la conversación entre sus dos protagonistas, el principito y el aviador, si el autor no hubiera hallado a su personaje cuando estaba al borde de la muerte, en medio del desierto, tras un accidente. Y ese es el prodigio, lo que nos hace preguntarnos también en la historia de Ipam: ¿acaso los niños perdidos no serán los que siguen otro camino, un sendero lejano, nocturno, guiados por otro resplandor?. Apuesto a que el lunes en el Bierzo hubo noche estrellada, y apuesto a que una estrella guió a Ipam en la oscuridad, para que no fuera presa del miedo de los hombres. No lloraba, Se echó a correr al ver a los guardias y solo se acercó a ellos cuando le llamaron por su nombre. Su nombre le devolvió a este mundo. Nunca sabremos por qué nombre le habían llamado los lobos .“Hay muchos mundos, pero están en este”, dijo César Vallejo. Hacia uno de ellos se escapó también la princesa de Darío para cortar su estrella. Me refiero a la niña que a su regreso se excusa ante su padre con estos octosílabos: “Y ella dice: «No hubo intento;/ yo me fui no sé por qué, / por las olas por el viento/ fui a la estrella y la corté.” En ese “no sé por qué” reside la clave de su aventura, en un no saber inexplicable que sin embargo, conservará resplandeciente, hasta nunca prendido en su pecho. Como lo conservará Ipam seguramente, hasta que intente expresar lo sucedido con el lenguaje de los adultos, cuando haya perdido la facultad de comunicarse con los animales. Bienvenido Ipam, en cualquier caso. Nos alegramos mucho de que hayas vuelto, no “en perfecto estado de salud”, sino sano y salvo, como se ha dicho siempre, como dicen en los cuentos.