El domingo, un día antes del sorteo de Navidad, usted quizá tenga un minuto para meter en un sobre el nombre del partido que desea que gobierne nuestro país. No voy a ser yo quien le diga qué papeleta tiene que elegir, pero sí le conmino a que se dé cuenta de que nos jugamos mucho más en el gesto de meter nuestro sobre en la urna que en otros gestos banales que meditamos habitualmente como si nos fuera en ellos nuestra vida, porque este voto suyo puede decidir cómo será su vida y la vida de los españoles durante los próximos cuatro años. Es verdad que un voto es semejante a un grano de arena entre las dunas de un desierto, pero piense que su granito de arena se le puede meter en el ojo a aquel que ahora mismo está apuntando contra el futuro de los españoles, de esos españoles que no se resignan a arrojar la toalla. Sí, su granito de arena, precisamente el suyo, le puede hacer guiñar el ojo, como lo hace tantas veces, y entonces… puede que no dé en el blanco. Por eso el domingo no olvide de qué partido era Fabra, aquel al que todos los años le tocaba la lotería unas cuantas veces, y no olvide a los que decían, como Díaz Ferrán, que debíamos trabajar más y cobrar menos, mientras engrosaban sus cuentas en Suiza. No olvide quién le engañó en las pasadas elecciones, quién dijo que iba a acabar con el paro, quién le prometió que iba a subir las pensiones, y quién ha gastado en armamento lo que antes se dedicaba a subvencionar casas-refugio para las mujeres maltratadas, y quién da amnistías fiscales mientras cierra los comedores escolares y quién abandonó a los 100.000 enfermos dependientes que murieron sin recibir una ayuda a la que tenían derecho. No olvide, en definitiva, de qué partido era la hija de Fabra, la misma que exclamó desde su asiento de diputada, refiriéndose a los que padecen las consecuencias de la crisis: ¡Que se jodan!. Pero usted sonría a pesar de todo, porque usted es distinto a la hija de Fabra. Sonría a quienes, como usted, no consideran que la patria es un cortijo de su propiedad, sonría al barrendero que limpia su calle, al conductor del autobús que le lleva al trabajo, al doctor que le receta la medicina que necesita. Sonría como el camarero que le pregunta: ¿qué desea?, y le sirve su café calentito aunque no sabe si la semana que viene aún tendrá trabajo, sonría al joven que este año no ha podido pagar las tasas de la Universidad y sueña con poder retomar sus estudios, sonría a los médicos que salieron a manifestarse para que los hospitales sigan siendo de todos, a los maestros que salieron a manifestarse para que en la escuela siga habiendo un pupitre digno para cada niño y cada niña. Y sonría al comerciante que se asoma a la puerta de su tienda con la ilusión de que el banco al que hemos rescatado con nuestros impuestos le conceda el préstamo que tanto necesita. Sonría porque, a pesar de los desaprensivos que contaminan el aire que respiramos todos, el mundo seguirá dando vueltas, y el sol seguirá alumbrándonos con su misteriosa generosidad. Y sonría porque cada día nace un niño con un ansia infinita de vivir, y usted es el dueño de este grano de arena con el que puede contribuir a que este niño viva en un mundo mejor. No crea a los que dicen que su voto no sirve para nada. Sonría a los que creen que otro mundo es posible.