La foto me impactó, la verdad sea dicha. No daba crédito a lo que estaba viendo con mis propios ojos: a Rajoy con gesto altivo, de señorito que no se digna a mirar de igual a igual, ¿a quién? Quizás al hijo del criado del pazo, que ha estudiado con beca, y se presenta en su despacho, ya licenciado, con la mano tendida. Eso es lo que parecía Don Mariano, un señorito maleducado. ¿Acaso no le enseñaron a saludar en el colegio? Pues sí que le enseñaron, que se educó en los Jesuitas; aunque ya saben lo que dicen los informes PISA, que los españoles olvidan demasiado pronto las enseñanzas escolares. Quizá el problema resida en que no le explicaron el significado del gesto de saludo. A mí sí que me enseñaron lo que significaba darse la mano, en el Instituto Jorge Manrique de Palencia, donde tuve muy buenos profesores: en la Edad Media, cuando un caballero tendía la mano derecha, se quedaba desarmado, sin poder manejar la espada. Por eso dar la mano era una señal de confianza. Así que el gesto de Rajoy podía significar dos cosas: su temor a que Sánchez desenvainara la espada con la izquierda o a que gente de su propio partido le clavara un puñal por la espalda. Viendo el domingo a Esperanza Aguirre, que donde pone el ojo pone la daga, pensé que a lo mejor Mariano no iba tan descaminado. Aunque si el gesto de abrocharse la chaqueta lo hubiera hecho en el lejano Oeste, no hubiera quedado de él más que algún pelo de las barbas enredado entre los botones. ¡La que hubiera organizado Aguirre con un revolver en la mano! ¡Ay, don Mariano, que hay que ser civilizados a pesar de todas, que estaba usted en el ala oeste del Parlamento, delante nada menos que de los fotógrafos! Aunque a decir verdad, el apretón de manos, con el que durante siglos han cerrado sus tratos los hombres de palabra, viene de mucho más antiguo, de la época de los egipcios, como prueban los jeroglíficos que representan a dos figuras masculinas con las manos unidas. Y los antropólogos afirman que al “homo educatus”(sic) le distinguía del primate el que, en vez de olfatear al congénere, le daba la mano para luego olfatearse la palma, donde se conservaba su olor, que era el NIF prehistórico. Y al decirlo me asalta una duda: ¿no será por higiene por lo que Rajoy dejó a Sánchez con la mano colgando? Digo yo que quizá don Mariano temía trasmitir algún virus letal, dado su contacto diario con cuerpos y almas corruptas. En ese caso, la solución hubiera sido recuperar el plasma y pactar o no pactar por videoconferencia. Todo menos dejar que le hicieran esa instantánea tan poco edificante, el día en que proponía su gran coalición al ruin que le había tildado de indecente: así como la fe es creer lo que no vemos, la educación consiste en tratar bien a quien nos cae peor. Lo contrario no tiene ningún mérito. Ya sabíamos lo afectuoso que puede ser Rajoy con sus allegados, sobre todo si son valencianos: “te quiero, soy tuyo, Rita, mi amor..” No le pedíamos tanto, sólo que diera la mano, don Mariano, sin ofrecer este espectáculo no tolerado para menores. Yo no le enseño la fotografía ni a mi perra Tula, ella tan cortés, que da la pezuña cuando se lo pido, tras ordenarle: ¡A sentar!, y ofrecerle una galleta. ¡Ah, ahora caigo! ¿Entonces era eso, que don Mariano, si no hay galleta, no da la mano? Pues ya sabe Sánchez lo que tiene que hacer en la próxima ronda de conversaciones…