Nunca he acabado de entender por qué Zeus se transformaba en animal para engañar a las muchachas, como en el caso de Leda y el cisne. ¿No era suficientemente seductor el dios de los dioses? A Europa, la princesa fenicia, Zeus la engañó mientras paseaba por la orilla del mar, disfrazándose de un manso toro blanco, que la invitaba a subirse en su lomo. En cuanto lo hizo, partió volando hacia Creta. Así describe Ovidio la escena: “Se asusta ella y, arrancada a su litoral abandonado, vuelve hacia él sus ojos, y con la diestra un cuerno tiene, la otra mano al dorso impuesta está: trémulas ondulan con la brisa sus ropas” Ningún mito nos concierne tanto a los europeos como este, hasta el punto de que aquella princesa fenicia aparece en los billetes de euro. ¿Y qué hay más importante que estos billetes en la Unión europea? La unión monetaria es sin duda su tarjeta de identidad. Para nosotros, los españoles de mi generación, el euro es la único que asociamos con Europa, quizá porque no oímos hablar del “europeísmo” hasta los últimos cursos del bachillerato, cuando estudiamos a Ortega y Gasset. Otro gallo nos hubiera cantado si los aliados europeos hubieran ayudado a los republicanos en el exilio, pero entonces Europa se comportó igual que lo hace en estos momentos con los países a los que vende armas mientras les desea un gran porvenir como naciones pacíficas, es decir, con una hipocresía difícil de perdonar. También entonces los aliados prefirieron tolerar a Franco, que les prometía pingues negocios, que ayudar a los demócratas españoles. El dinero ante todo, la unidad económica como único fin, y la unidad política para más adelante, ese es el ideario europeo. Pero no hay cosa mejor que un enemigo común para afianzar la solidaridad entre los iguales, y lo que más contribuye hoy día a que los países de Europa acaben con sus divisiones nacionales es que todos ellos se encuentren amenazados por el terrorismo del ISIS. Las grandes ideas paneuropeas no habían logrado nada más que la unión monetaria, en cambio, este contratiempo no calculado puede ser el origen de la unidad política. ¿Basada en qué? ¿En las raíces comunes, en los proyectos de futuro?. No, basada exclusivamente en el miedo. Europa es un continente envejecido y a los viejos les une el temor, mucho más que el amor. Podían haberse aliado para ayudar a los refugiados que huyen del ISIS, pero no lo están haciendo. Es más, paradójicamente, los gobiernos de Europa ven a las víctimas de sus enemigos como una amenaza. Los ataques terroristas en territorio europeo son los únicos acontecimientos que obligan a sus gobernantes a darse la mano fraternalmente. Nuestro ministro del interior lo ha dicho “a su manera”, es decir, de la manera más grosera y mezquina posible: “No hay mal que por bien no venga” –se refería al atentado de Bruselas-. Es el mismo refrán que trajo a colación Franco cuando nos informó a los españoles de que su amigo y colaborador Carrero Blanco había volado por los aires en un atentado de ETA. Para vomitar. Palmira ha perdido el arco del triunfo, pero, tras ser liberada, sus columnas han recuperado una dignidad más alta que la del tiempo en el que fueron erigidas -¡hay que ver lo bien que se conservan las ruinas!- Europa, en cambio, ya no es aquella joven seducida por un caballo blanco. Mientras cuenta sus billetes –por algo es de origen fenicio-, envejece mezquina y doliente. Nadie trata de engañarla, ya no incita el deseo de los dioses.