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Esperanza Ortega

Las cosas como son

Leones y ángeles

Antonio Machín reprochaba a los pintores religiosos que no hubieran incluido angelitos negros en sus obras. Yo propongo que se añadan también ángeles rojos. Así es como llamaban a Melchor Rodríguez García, sobre cuya vida y personalidad ejemplar se proyectó  una película el miércoles pasado en Valladolid. Pero volveré después sobre este ángel rojo, más que laico anticlerical, digno de figurar en letras de oro en la Historia de España. Esta misma semana he leído otra noticia: la muerte de Nicholas Winton, a los 106 años, cuando parecía que iba a alcanzar la eternidad. A Winton le llamaban el Schindler británico porque, durante el nazismo,  salvó a 669 niños judíos checoslovacos de una muerte segura. El estado checo le otorgó el título de “León blanco”, máximo galardón con el que ese país honra a sus héroes. Me imagino que en el museo del Holocausto de Jerusalén figurará entre la lista de Justos entre las Naciones, al lado de Ángel Sanz-Briz, el diplomático franquista al que llamaban el Ángel de Budapest porque hizo pasar por sefardíes a miles de judíos para que no fueran presa de la bestia nazi. La existencia de estas personas nos muestra que el horror no vence nunca del todo, que por encima de la muerte siempre asoman los ojos de un hombre que sostiene la llama de la esperanza. Pero la diferencia entre Melchor Rodríguez  y Nicholas Winton  o Ángel Sanz Briz es que la actuación de estos dos últimos entró en contradicción con su ideología política o por lo menos nada tuvo que ver con ella, en cambio, el heroísmo de Melchor emanaba directamente de la utopía anarquista que él profesaba como si se tratara de una verdadera religión desde su primera juventud.  Su activismo de sindicalista de la CNT le llevó a la cárcel en numerosas ocasiones, tanto en el régimen monárquico como durante los primeros años de la República. Por eso, porque conocía muy bien las cárceles, Largo Caballero le nombró Director General de las Cárceles españolas tras el levantamiento de los generales fascistas. Y desde ese cargo tan comprometido, Melchor Rodríguez salvó de las “sacas” a miles de presos que hubieran sido fusilados sin su intervención, además de impedir personalmente dos asaltos a la cárceles modelo de Madrid y Alcalá de Henares. Tras la guerra civil, un tribunal franquista le otorgó el título de “Condenado a muerte”, aunque años después fue indultado y salió en libertad vigilada en 1944. El primer veredicto fue tan duro con el ángel rojo porque, cuando una lista de 2000 beneficiarios agradecidos a su protección y afectos al régimen leyeron un escrito ante el tribunal asegurando que su comportamiento había sido digno de un católico, Melchor se levantó indignado y les contradijo: mi comportamiento –afirmó- no fue el de un católico sino el de un anarquista, los  anarquistas podemos morir por las ideas, pero no matar por ellas. Ahí está el quid de la cuestión, en que el heroísmo de Melchor Rodríguez -¡ojalá todos los anarquistas fueran tan utópicos y angelicales como deberían ser!-  nos atañe a todos porque supone la reivindicación del humanismo en la tierra, sin halos de santidad, sin alas de ángel ni promesa de vida eterna. Gracias a su ejemplo, el mundo se parece un poco menos a un infierno y se asemeja un poco más al paraíso. Descansen en paz los leones blancos y los ángeles de todos los colores. No vivieron en vano y eso es mucho decir.

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Sobre el autor

Esperanza Ortega es escritora y profesora. Ha publicado poesía y narrativa, además de realizar antologías y estudios críticos, generalmente en el ámbito de la poesía clásica y contemporánea. Entre sus libros de poemas sobresalen “Mudanza” (1994), “Hilo solo” (Premio Gil de Biedma, 1995) y “Como si fuera una palabra” (2007). Su última obra poética se titula “Poema de las cinco estaciones” (2007), libro-objeto realizado en colaboración con los arquitectos Mansilla y Tuñón. Sin embargo, su último libro, “Las cosas como eran” (2009), pertenece al género de las memorias de infancia.Recibió el Premio Giner de los Ríos por su ensayo “El baúl volador” (1986) y el Premio Jauja de Cuentos por “El dueño de la Casa” (1994). También es autora de una biografía novelada del poeta “Garcilaso de la Vega” (2003) Ha traducido a poetas italianos como Humberto Saba y Atilio Bertolucci además de una versión del “Círculo de los lujuriosos” de La Divina Comedia de Dante (2008). Entre sus antologías y estudios de poesía española destacan los dedicados a la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del 27, con un interés especial por Francisco Pino, del que ha realizado numerosas antologías y estudios críticos. La última de estas antologías, titulada “Calamidad hermosa”, ha sido publicada este mismo año, con ocasión del Centenario del poeta.Perteneció al Consejo de Dirección de la revista de poesía “El signo del gorrión” y codirigió la colección Vuelapluma de Ed. Edilesa. Su obra poética aparece en numerosas antologías, entre las que destacan “Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española” (1950-2000) y “Poesía hispánica contemporánea”, ambas publicadas por Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores. Actualmente es colaboradora habitual en la sección de opinión de El Norte de Castilla y publica en distintas revistas literarias.