“Una vez una monja muy santa y cándida me mandó que no estudiase. Yo la obedecí durante tres meses en cuanto a no leer libros, pero no en lo de no estudiar, porque esto a mí no me es posible, pues, aunque no leía libros, estudiaba observando todas las cosas creadas por Dios, sirviéndome ellas de letras y de libros todo el Universo”. Esto le contestó Sor Juana Inés de la Cruz, la poeta mexicana del Siglo XVII, a un obispo preocupado por su afán de saber, insano, a su parecer, para una mujer de su tiempo. Y es que el caso de Sor Juana, como el de todas las mujeres que han destacado por su sabiduría a lo largo de la Historia, desde Leonor de Aquitania hasta madame Curie, inquietaba especialmente a quienes intuían que, debajo de sus cofias y sus tocas, las descendientes de Eva escondían un cerebro potente. Traigo hoy a colación la carta que Sor Juana Inés escribió a Sor Filotea –seudónimo que utilizaba el obispo – porque el sábado pasado se celebró el Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia, y el mero hecho de que haya que celebrar este día nos indica que niñas y mujeres siguen chocando con los Filoteos cuando intentan utilizar su inteligencia. Primero se orientaron hacia las Humanidades, y en los últimos tiempos a los campos de la Educación, la Medicina y los estudios jurídicos. Es en la investigación científica donde más están tardando en penetrar ¿Por qué se sigue eligiendo siempre, en el caso de que haya igualdad en los méritos, al hombre y no a la mujer para los trabajos relacionados con la investigación científica?, ¿por qué será? Por la misma razón que a Madame Curie se le impidió entrar en la Academia Francesa de las Ciencias en 1911, el mismo año en que obtuvo su segundo Premio Nobel. Efectivamente, hay casos que nos ponen los pelos de punta, como el que refiere Petra Barnés en su libro “Frutos del exilio”, publicado por la Universidad Metropolitana de México en 2010: “En unas oposiciones a catedrático de universidad celebradas en España en 1940, el tribunal prefirió dejar una plaza desierta antes que permitir que fuera ocupada por una mujer”. Hay en la raíz del problema una gran injusticia, es verdad, pero pocos piensan que es mucho más lo que ha perdido y sigue perdiendo el mundo de la investigación al despreciar el talento de las mujeres. Sor Juana Inés de la Cruz reflexionaba también sobre esto en su carta a Sor Filotea: “Pues ¿qué os pudiera contar de los secretos naturales que he descubierto estando guisando? Veo que un huevo se une y fríe en la manteca o aceite y, por contrario, se despedaza en el almíbar; veo que para que el azúcar se conserve fluida basta echarle una muy mínima parte de agua en que haya estado membrillo u otra fruta agria… Yo suelo decir viendo estas cosillas: si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito”. Ángeles Ruiz Robles, la maestra que inventó el libro electrónico en los años cincuenta, es un ejemplo de cuánto talento femenino ha sido desperdiciado: su enciclopedia, que hoy es una pieza de museo, nunca fue fabricada. Sí, las mujeres sirven para mucho más que para ser el descanso al guerrero, aunque la Señorita Francis proclamara en sus programas radiofónicos que esta era la misión más alta a la que podían aspirar. Por cierto, ¿saben cómo se llamaba realmente Elena Francis? Se llamaba Juan Soto Viñolo, y era otro impostor, como el obispo enmascarado en sor Filotea. Para que luego digan que las mujeres tradicionales, tontorronas e indocumentadas, eran más femeninas.