El viernes salí con Tula a dar una vuelta por la orilla del río. Era la hora del Ángelus, el mediodía, cuando el dios Ra de los egipcios se muestra en toda su plenitud y sus rayos caen perpendicularmente desde cielo a la tierra. Un momento mágico, sin duda, sobre todo en un día como aquél, avanzadilla de la inmediata primavera. Así que apagué el ordenador, llamé a Tula para que me acompañara y ella me secundó gustosa, moviendo el rabo más de lo usual. Habían florecido los almendros repentinamente y el camino hacia el parque de las Moreras parecía un vergel –o lo que llamamos un vergel los de Tierra de Campos-. Allí estábamos disfrutando las dos cuando distinguimos a lo lejos a Gaspar, un amigo de Tula con el que no habíamos coincidido en todo el invierno. Venía acompañado de su jovencísima ama y de una amiga de su misma edad, doce o trece años. Pero veo con fastidio que ambas damas se hacen las longuis, como si quisieran esquivarnos, mientras se ríen entre ellas. Y enseguida entiendo la razón de su comportamiento huidizo: han hecho novillos, como después me confirman un poco, solo un poco avergonzadas. Trato de convencerlas de que ya me he jubilado y en absoluto ejerzo por los parques –jamás lo he hecho- de profe controladora. Es que teníamos un examen de mates… Yo les cuento, porque de algo hay que hablar, que no son las primeras del mundo que han hecho novillos. Sí, me dice una de ellas, a mi padre se le escapó una vez que él también se piraba algunas clases. Seguro, pero yo me refería a una época muy anterior. ¿Sabéis de donde viene la expresión “hacer novillos”?? Y sigo hablando sin que me contesten porque percibo la atención en sus miradas. En palabras de Lope de Vega: “apenas el celoso mozo se sintió libre cuando, como novillo recién domado a quien la primera vez quitó el labrador el yugo se vuelve al campo, comenzó, dando saltos, a seguir la espesura del monte”. Así que ellas son dos novillas liberadas por unas horas del yugo escolar. Se ríen. Ya sabía yo que les iba a hacer gracia, por eso me aprendí estas frases de La Arcadia. El absentismo escolar –continúo- viene, sin embargo, de mucho más lejos. Ya faltaban a clase los estudiantes de Mesopotamia, en el 2500 antes de Cristo. ¿Pero entonces había Institutos? Algo parecido. Había escuelas de escribas en las que se estudiaba botánica, zoología, geografía, matemáticas, gramática y creación literaria, todo ello en tablillas de barro, con escritura cuneiforme. Y la organización de los centros era muy parecida a la actual, al Director le llamaban “el Padre de la escuela”, al Tutor “el Hermano mayor” y –esto es lo mejor- al Jefe de estudios “el Encargado del látigo”. Aunque, tranquilas, a ellas las dejaría retozar a su antojo, porque a la escuela de escribas solo asistían los chicos. ¡Pues qué mal! Exclaman a la vez. ¿Qué mal que no os castigaran con el látigo? No, qué mal que las escuelas no fueran mixtas. Aquí es donde yo quería llegar y ya he llegado. Por eso las distraigo con unos versos de Rafael Alberti en los que recuerda cuánto se aburría en el colegio de los jesuitas, mientras oía el murmullo del mar a lo lejos: “Las horas prisioneras en un duro pupitre/ lo amarran como un pobre remero castigado/ que entre las paralelas rejas de los renglones/mira su barca y llora por asirse del aire.” Tula ya me tira de la correa: ¡Ya está bien! Sí, por hoy ya han aprendido bastante. Para otro día dejo “El escolar”, de Blake. Es que esto de haber sido profesora imprime carisma.