Muy bien, se baja el IVA para todos los productos culturales: teatro, música, circo…, menos para el cine. ¿Por qué será? Adivina adivinanza. Contestan que no se puede prescindir del IVA del cine porque el séptimo arte aporta 300 millones cada año a las arcas públicas. Así es la vida, mientras se cierran salas y clausuran pantallas, el Estado sigue dando un buen mordisco a cada entrada que pagamos los espectadores. Y la pregunta continúa en el aire: ¿Tendrá algo que ver esta discriminación exclusiva del cine con el famoso NO A LA GUERRA que protagonizaron actores y directores en la ceremonia de los Goya de 2003? Parece inconcebible tamaño rencor por parte del gobierno, pero el sinsentido de que el IVA del cine sea el más alto de Europa nos obliga a pensarlo. Aunque también dijeron NO A LA GUERRA los escritores, y eso no ha influido en el IVA de los libros. Pero un escritor no es un personaje popular, es decir, que lo que piense o diga un novelista o un poeta no tiene la más mínima repercusión pública. Un ejemplo, Laura Restrepo, la escritora colombiana, publicó en 1993 “Leopardo al sol”, novela-reportaje sobre las mafias de la droga en su país. No pasó nada. Pero se intentó hacer una serie televisiva con el mismo argumento, y entonces sí que recibió la visita que le hizo renunciar al proyecto. El enviado de los mafiosos le explicó: “puede escribir lo que quiera porque nosotros no leemos, ni nuestras mujeres ni nuestros hijos; pero sí que vemos la televisión”. ¿Se dan cuenta? La concesión de los Premios Goya la vio toda España, Aznar incluido. Y si entonces se plantearon hundir la industria del cine, hoy podemos decir que lo han conseguido, porque desde que se subió el IVA del 8% al 21% se han cerrado salas a tutiplén. La prueba la tienen en Valladolid, donde el edificio de uno de sus cines emblemáticos, el Roxy, se ha destinado a un Casino. Buen trueque, para estar orgullosos. Aunque acaso el mantener el gravamen del cine haya sido un simple olvido. Ah, ¿pero el cine sigue existiendo en España? Puede que ni Rajoy ni Méndez de Vigo, su ministro de Cultura, lo sepan a ciencia cierta. Según sus propias declaraciones, el primero no ve ninguna película y el segundo solo ve las que echan en “Cine de barrio”. En esto –me refiero a su escasa afición al cine- se diferencia Rajoy de Franco. A Franco le encantaba el cine: tenía una sala para él solito en el Palacio del Pardo, y hasta fue guionista de la inefable “Raza”, de infausta memoria. Ese rasgo es el único que le confería cierta humanidad, junto con su afición a la pesca del besugo. Rajoy, en cambio, que comparte tantas cosas con el Caudillo – inexpresión gestual, origen gallego y seguidores incondicionales, por algo es Presidente de un partido fundado por Fraga, ministro de la Dictadura- no es capaz sin embargo de soportar media hora sentado en la butaca. Iba a tener razón su niño cuando le dijo que necesitaba mejorar. El caso es que por unas razones o por otras, ir al cine se está convirtiendo en España en algo propio de la gente de izquierdas, de los antisistema o de los populistas, como dicen ahora. No lo prohíben porque no se lleva, pero lo ponen cada vez más caro para que se hunda por su propio peso. ¿Hasta cuando? Hasta que termine esta película. Y el momento del FIN lo decidirán los españoles con su voto. Aunque puede que para entonces ya no cambie la cartelera porque no exista el cine.