Aún falta mucho para que llegue el verano y comiencen los incendios forestales,–dirán que soy demasiado pesimista, pero es que miro a mi alrededor y me pregunto si queda algo que no sea deprimente en la faz de la tierra-. La tierra, el fuego, el agua -Canal de Isabel II- y el aire –energía eólica en Castilla y León-. Para los sabios griegos tierra, aire, fuego y agua eran los cuatro elementos de la naturaleza que conformaban todo lo existente, hoy contaminados por los vertidos insalubres de la corrupción. Sé que es de mal gusto hablar de la corrupción, que dentro de tres años habrá solo un 10% de parados, y que dentro de 100 años, todos calvos. Parece absurdo lo que escribo, y lo es, pero este diálogo de besugos es la respuesta continua de los políticos del PP a la pregunta sobre la corrupción. Así que busco otro tema para mi columna, pero no encuentro más que vendavales e inundaciones. Y el lleno turístico y una plataforma de hormigón gigantesca que viene y va a la deriva… Habiendo temas tan interesantes, solo la mala gente sigue diciendo barbaridades sobre la corrupción, involucrando incluso al Fiscal General del Estado y al Ministro de Justicia. Algunos han llegado a anunciar una moción de censura contra el Presidente de España, haciendo gala de una irresponsabilidad digna de una severa respuesta, más severa que la fina ironía con la que Rajoy se refiere a los únicos adversarios políticos que osaron votar en contra de su elección: ¡Un circo! ¿Y para qué queremos un circo en la ciénaga? En la ciénaga no se ríe ni se habla ni se protesta ni se grita, se aguanta la respiración y se espera a que pase como hacen todos los españoles de bien. Pero hay gente que no tiene remedio, como esta amiga mía que ayer por la tarde me decía que ella no hubiera decorado un autobús con lo más granado de la trama, sino todos los vagones de los trenes que salen de Madrid y recorren España. En cada vagón, los pasajeros llevarían las caretas de los imputados, investigados, acusados, multados, prescritos y proscritos. También podrían ordenarse por familias: los Pujol, los González, los Rato, los Ruíz Mateos…, o por profesiones: políticos, empresarios, periodistas, fiscales… y esas otras ocupaciones de los que se dedican a las asesorías, despachos de consultas, directorios de negociados y demás jerga insulsa –habitualmente en inglés-, ¡cuanta palabrería para denominar a los que no hacen nada de provecho! ¿Cabrían? No lo sé. Los viajeros más creativos imitarían no solo las indumentarias a juego con las caretas, sino también sus frases soeces, sus voces de beodo maloliente, sus risas de imbécil contento de haberse conocido… El problema sería hallar un destino para tal mercancía, ¿en qué estación aceptarían acoger a tamaña recua de impresentables?. ¿PePepero qué oigo?, protesta Esperanza Aguirre, asomando su cabeza de la cloaca, si hemos creado una oficina contra la corrupción de la que yo seré sin duda presidenta, ¡por algo descubrí la trama Gürtel! Mientras discute con Cifuentes, la descubridora de la trama Lezo, me pregunto por qué, en este país en el que tanto se habla de Venezuela, no se dice nada de Portugal, que crece y se multiplica felizmente, con un gobierno de coalición de izquierda, y con un pueblo pacífico y paciente, que mira al porvenir con esperanza. ¿Nosotros? A la deriva, como la plataforma de hormigón.