Si para algo está sirviendo el espectáculo que se representa en el Parlamento Catalán es para que muchos rellenemos nuestras lagunas en la asignatura de Historia de España. Me refiero, por ejemplo, a la sublevación cantonalista de la Primera República, de la que nada nos contaron ni en el bachillerato ni en la universidad. En la a facultad de Filosofía y Letras estudiábamos con detalle a los hititas, pero no estudiábamos lo que sucedió en España tras la caída de Amadeo de Saboya. Sin embargo, la trayectoria del independentismo catalán ha puesto de actualidad nuevamente lo que pasó en Cartagena y otras localidades españolas al poco de proclamarse la Primera República. El 12 de julio de 1873, en el Cantón de Cartagena, los federalistas “intransigentes” proclamaron la República Federal Española de “abajo arriba”, inspirada en los principios de Pi y Margall, saltándose el trámite de la reforma de la Constitución, antes de que en el Parlamento se votara la Carta Magna. Pero hay grandes diferencias entre aquellos intransigentes, de una inocencia conmovedora, y los actuales, que alojan en sus filas el nido de la corrupción. Lo que les asemeja son detalles pintorescos como la lucha de las banderas, pues los cantonalistas de la Primera República también detestaban la bandera roja y gualda y por eso la cambiaron por otra completamente roja. Aunque a decir verdad la primera bandera que ondeó entre los sublevados fue la bandera del Imperio Otomano. Todo vino porque la bandera turca era la más roja que tenían a mano, a pesar de que llevara estampadas una estrella y una media luna blanca. Cuando sus adversarios conservadores les afearon a los intransigentes su deseo de ser más otomanos que españoles, un cantonalista tuvo el pundonor de rasgarse una vena y con su propia sangre teñir de rojo la media luna, con lo que el problema de las banderas fue superado. Ya ven qué fácil. Con la misma buena voluntad, Antoñete, el líder del Cantón de Cartagena, fue superando todas las dificultades que se le presentaron durante los meses que permaneció al frente del Cantón, con un sentido ético y práctico propio de Sancho cuando gobernaba la Ínsula Barataria. En realidad, fueron las luchas intestinas las que dieron al traste con estos proyectos anarco federalistas. Se harán una idea de la confusión que reinaba por entonces si leen la declaración del primer Presidente de la República, el catalán Estanislao Figueras, que dijo al abandonar el poder: “Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros” Dicho esto, se fue a Atocha y tomó un tren para París, donde sí sabían lo que era una República como Dios manda. Pero fíjense que finura la suya: no dijo que estaba harto de todos vosotros, sino de todos nosotros, incluyéndose él mismo en el grupo de los intratables. La ironía de Figueras y la inocencia bienintencionada de Antoñete hoy brillan por su ausencia en el Parlamento catalán, donde cantan Els Segadors con una solemnidad mojigata más propia del himno de un colegio de monjas que del Parlamento de un país europeo. También brilla por su ausencia la autocrítica y la tolerancia de Figueras ¡Cómo se estarán riendo mientras tanto Mas y Rajoy, subido cada uno en su peana de corrupción e hipocresía patriotera! A todos ellos les contestó de antemano Facundo Cabral con aquella canción que decía: “No soy de aquí ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir y ser feliz es mi color de identidad” Yo propondría que todos los que estamos de ellos y de nosotros hasta donde ustedes saben nos manifestáramos cantando el himno de Cabral con la bandera otomana, sin la media luna pero sin borrar la estrella. No sé si seríamos secundados por muchos, pero al menos por un rato nos sentiríamos felices felices.