He leído en un periódico muy bien considerado que, según un estudio muy científico, de la realización de una tesis doctoral se pueden derivar graves dolencias psicológicas. Dice, por ejemplo, dicho estudio que los doctorandos se sienten infelices, sometidos a demasiada presión y sufren insomnio, por lo que necesitan asistencia psiquiátrica. A mí, que fui una pésima estudiante universitaria, me ocurría precisamente eso cuando tenía un examen y estaba a años luz de haber estudiado lo suficiente. El remedio para tales dolencias consistía en levantarme de la cama y ponerme a estudiar de manera compulsiva. Así acababa con el insomnio, daba escape a la presión y me sentía feliz si conseguía aprobar la asignatura. También es verdad que yo no hice la tesis: nada más terminar la carrera aprobé las oposiciones a Profesora de Instituto de Enseñanza Media. Así que me salvé por los pelos. Lo digo porque el estudio demuestra que las mujeres doctoras tienen un 27% más de posibilidades de sufrir estos problemas psiquiátricos que los hombres. ¡Vaya por Dios! A las mujeres siempre nos toca el de la cabeza gorda. Esto es lo que debió de pensar Cristina Cifuentes cuando dejó para más tarde la realización de su trabajo de máster en la Juan Carlos I -o eso dicen que hizo-. No se iba a exponer a tales males ahora que había asumido la misión de acabar con la corrupción en la Comunidad de Madrid. Vamos, que se había convertido en una especie de Zorro en femenino, sin caballo pero con moto, vestida de cuero y con un espadín invisible. ¡Por algo la persiguen sin denuedo sus enemigos allegados! Porque, ¿quién que no sea muy allegado puede saber si le quedaban dos asignaturas para terminar el máster?, ¿y qué importa tal cosa en una Universidad como la Juan Carlos I, famosa por los plagios de su rector, Fernando Suarez? Hablamos mucho de él con ocasión de sus publicaciones plagiadas, aunque al final todo quedó en “dimes y diretes”. Por cierto, pocos compañeros salieron en su defensa, excepto el mediático Marhuenda, que aseguró que Suarez era un tipo estupendo. Fue antes de que Marhuenda fuera denunciado por la policía bajo la acusación de coaccionar precisamente a Cristina Cifuentes, dentro de las escuchas del caso Lezo. Pero Cifuentes, que es muy echada para adelante, respondió que no se había sentido coaccionada y otro caso cerrado. La vida sigue su curso, ya no nos acordábamos de aquella anécdota, hasta que nos preguntamos qué profesor de la Juan Carlos I tendría interés en desacreditar a la Presidenta de la Comunidad de Madrid. Pero no hay que ser malpensados. Sobre todo porque Cifuentes esquivará los pequeños obstáculos que alguien va dejando en su camino. Por ejemplo, que sus notas varían con los años, que su trabajo de máster no aparece, que no se sabe quién lo dirigió, que sus compañeros no tuvieron nunca el gusto de verla por clase, que se matriculó de asignaturas que ya había aprobado -con notable- etc etc etc. Pelillos a la mar, porque lo que de verdad importa es que Cristina Cifuentes no se vuelva majareta, y eso es lo que le podría haber ocurrido si se hubiera estresado con su trabajo de máster. Para eso se crearon universidades como la Juan Carlos I, para que la salud mental de sus alumnos y alumnas no se deteriore como les ocurre a los estudiantes de otros campus. ¡Gaudeamus igitur!, como dice la canción.