¿Cómo prefiere que le llamen: poeta o poetisa? Es la pregunta del millón, por el millón de veces que nos la han hecho a las mujeres que publicamos libros de poemas. Yo contesto que me da igual, aunque no da igual. ¿Saben con qué término se refería Unamuno a los poetas irrelevantes? Les llamaba “poetisos”. Nada que comentar, todas las lectoras me han entendido, y algunos lectores. Como habrán entendido también que en esta columna aludo a la polémica que ha desatado el académico Ignacio Bosque con su artículo sobre las guías del lenguaje no-sexista, que los partidos políticos hacen llegar a sus candidatos, para que sigan sus normas al menos en campaña electoral. Ignacio Bosque es un académico competente y todos sus comentarios sobre la norma son impecables, ¡estaría bueno que fuera de otra manera!. Sin embargo, mientras leo algunas de sus reflexiones y, sobre todo, sus recomendaciones a los profesores, me da la impresión de que los árboles no le han dejado ver su propio bosque. Me refiero a la afirmación de que la sociedad es la sexista y no las reglas gramaticales, y su apuesta, más ética que lingüística, porque la misma sociedad modifique ese estatus injusto para la mujer. ¿Cuántas académicas hay en la actualidad? Cuatro. Desde 1714, año en que se fundó la R.A.E, han ocupado sus sillones más de mil hombres y menos de una decena de mujeres. Pero lo malo no es esto, lo malo es que una escritora como Emilia Pardo Bazán fue rechazada en su momento, y que a Carolina Coronado, la ¿poeta o poetisa?, la rechazaron por tres veces. Y lo peor de todo, con mucho, es que los académicos impidieron la entrada nada menos que de MARÍA MOLINER. Sí, María Moliner, la autora del Diccionario imprescindible de la Lengua Española. ¿Envidia o sexismo? Yo diría que violencia de género académico. Sí, así como lo oyen, no es que no las dejaran un sillón, es que ni las permitieron ocupar un taburete. En el caso de que la trayectoria de la Real Academia hubiera sido otra, puede que una académica hubiera ocupado el lugar de Ignacio Bosque, y seguramente no existirían esas guías tan ridículas. Y creo más, creo que esta reflexión deberían hacérsela los profesores a los alumnos –aquí incluyo también a las alumnas-. (No, no se crean que soy partidaria de decir “los alumnos y las alumnas”, lo que ocurre es que, en este contexto, el plural en –os podría resultar ambiguo). Que yo recuerde, el que comenzó con esa cantinela fue el lendacari Ibarreche, que se dirigía siempre a los vascos y las vascas en sus arengas. A mí me recordaba a los “Vasquitos y nesquitas”, aquellas cajas de dulces de chocolate de la infancia que hacían en Vitoria. Los vasquitos eran bombones mucho más ricos y las nesquitas, en cambio, eran pastillas de café con leche que metían relleno. Y de relleno meten los políticos el plural femenino, sin que venga a cuento, como las nesquitas en las cajas de vasquitos, para ganar más. Porque el género no se corresponde con el sexo, la prueba es que a lo largo de la historia se ha discutido mucho sobre el sexo de los ángeles. Aunque también es verdad que los arcángeles no se llaman Gabriela, ni Rafaela, ni Miguelita, pero esto es casualidad. Aquí lo relevante es que la Real Academia Española haga honor a su género femenino –decimos “academia” y no “academio”- y, aunque esté en contra de la cuota femenina, al menos no rechace a más mujeres en la terna por el hecho de serlo. De esta manera se conseguiría que, entre sus muros, las mujeres que limpien, fijen y den esplendor a la lengua española no sean casi exclusivamente las señoras de la limpieza.