La semana pasada decidí que esta columna la dedicaría a hacer un elogio del mes de Abril. Pero he vulnerado la prohibición del señor Beteta, secretario de Estado de Administraciones Públicas -¿se acuerdan?, el que nos prohibió leer el periódico a los asalariados- y no he encontrado más que elefantes muertos, recortes en Educación y la nacionalización de Repsol en Argentina. De este último tema no puedo decir gran cosa, excepto que temo que otro secretario de Estado nos prohíba bailar el tango o leer a Cortázar. Para hacer esto último no tienen nada más que visitar la Feria del Libro del Paseo del Campo Grande, que nos ofrece la ocasión de encontrar tesoros a un precio de crisis. En cuanto a la reforma de Wert, ¿qué podría decir?: menos profesores para más alumnos, menos becas y menos salarios, y la educación irá a más cada día. El mago Wert va a realizar la cuadratura del círculo, habrá que situarse en la primera fila, para no perdernos el espectáculo. Pero vayamos a los elefantes, que no necesitan ir al colegio para ser los animales más educados de la tierra. Podrían devorar lo que les viniera en gana y solo comen hierba, podrían aplastarnos como a hormigas y ¿se han fijado con qué delicadeza levanta su pata trasera un elefante? Eso sí que es distinción aristocrática. Por algo los reyes antiguos consideraban los rebaños de elefantes su mayor signo de dignidad y poderío. “Érase un rey que tenía/ un palacio de diamantes,/ una tienda hecha de día/ y un rebaño de elefantes…” comenzaba el poema aquel que me aprendí en la infancia, cuando tenía memoria de elefante. Lo escribió Rubén Darío, el poeta-paquidermo, grandullón, elegante y sensible, como un elefante. Pero el poeta se refería a los reyes de cuento, justos y juiciosos, que reñían a las princesas cuando tomaban sin permiso lo que no era suyo. ¿Se acuerdan de cuánto se enfadaba el rey con su hija al enterarse de que había robado una estrella?: “Y el papá dice enojado:/ Un castigo has de tener, / vuelve al cielo y lo robado/ vas ahora a devolver”. Así eran los reyes aquellos. Al final festejaban con sus elefantes que cielo y tierra se hubieran unido de nuevo en el broche de estrellas de la princesa arrepentida, y que, por tanto, el mundo volviera a ser un paraíso: “Viste el rey pompas brillantes,/ y luego hace desfilar/ cuatrocientos elefantes/ a la orilla de la mar” Yo me pregunto, ¿cómo no se dan cuenta los reyes de ahora de que solo los reyes de los cuentos tendrían cabida en el mundo actual?, ¿cómo no se dan cuenta de que éste es el único sentido de la monarquía, elevar lo cotidiano a materia celeste, realizar con la bisutería de los sueños un prendedor de estrellas? Si nos hubieran dicho que el Rey se había caído y regresaba a España en un palanquín, pocos le hubieran criticado. Pero nos dicen que se entretiene matando elefantes como un vil mercader de marfil. Y entonces miramos la foto del periódico y vemos un único soberano humillado, caído: el rey de los elefantes. Así las cosas, vamos a unirnos al desfile de los plebeyos, de los que caminan con dignidad sobre sus propios pies y conmemoran con alegría el 14 de Abril; de los que, aún sabiendo que ya ha pasado el tiempo de los cuentos, no renuncian a hacer realidad lo imposible.