¿De qué puede tratar hoy una columna si no es de futbol? Y que conste que la escribo con gusto, porque de un tiempo a esta parte me he convertido en una hincha de la Roja. Veo los partidos en la Taberna la Triqueta, con un grupo de forofos que rezuman un entusiasmo acogedor y contagioso. ¿Qué tendrá el fútbol? A mí me ganó para el futbol ver jugar a Pelé en “Evasión o victoria”. Pero incluso sin el dramatismo de la película de John Huston, en donde un equipo de oficiales alemanes se enfrenta a sus prisioneros en un Campo de Concentración, el fútbol suscita una pasión propia del espíritu épico, que arrastra con fuerza hacia su núcleo de emoción imantada. Los juegos de equipo son juegos populares porque representan el pacto de lo común contra la competencia individual, por eso quienes introdujeron el futbol en las escuelas españolas pertenecían a la Institución Libre de Enseñanza, que se caracterizaba por combinar lo popular con lo elegante, lo natural con lo selecto. Dicen que el futbol lo inventaron los ingleses, pero otros reivindicamos un origen mucho más antiguo y más nuestro. Me refiero al juego de pelota que encontraron los descubridores en Centroamérica y que se conoce como el Futbol Maya. Tanto les gustó a los españoles, que el inquisidor Torquemada decidió que había que prohibirlo. Los mayas jugaban a la pelota en sus campos de hierba sin tocarla con las manos. Era un juego ritual, que representaba la lucha entre los dioses luminosos del bien y los espíritus de la oscuridad. Vencía el que lograba encajar el balón en su sitio, restablecer el orden y salvar al mundo del mal que le acechaba. Todo dependía de que el pequeño astro de goma entrara en un anillo que representaba el universo. Cuando Villa salta como un poseso al ver que ha metido un gol, yo quiero creer que en ese momento escucha nuestros gritos de alegría, que se confunden con los vítores astrales; quiero pensar que el equipo entero escucha el pálpito del alma común, que llena de vida el aire del estadio. Alberti lo expresaba así : “el aire tiene piernas / tronco, brazos, cabeza”. La cabeza del aire es el balón que vuela hasta la red. Esta es la poesía del futbol. Aunque no sucede en todos los partidos. Pasolini, poeta y cineasta y sobre todo guardameta, distinguía entre el juego poético y el juego prosaico. El prosaico era el de los equipos que priman la defensa y atacan en forma de triangulaciones ensayadas, el poético, el de descensos concéntricos y jugadas imprevisibles. Para mí, sin embargo, que no entiendo de triangulaciones, el futbol más poético de la historia se produjo mientras España se enfrentaba a penaltis con Italia en la semifinal de la Eurocopa, cuando algunos emigrantes marroquíes aprovecharon para saltar la valla fronteriza con nuestro país. Se me dirá que los guardias volvieron enseguida a sus puestos y que pocos lograron pasar, pero los que lo consiguieron sentirían la misma emoción que los protagonistas de “Evasión o victoria”, una emoción inolvidable. Esperemos que esta tarde la Roja sí nos haga olvidar a nosotros quiénes somos, que nos haga bajar la guardia y que, mientras vemos cómo se derrumban por un instante todos los muros, nos abracemos gritando al unísono, fuera de nuestras casillas: ¡Goooool!, ¡Qué maravilla!