La semana pasada, cuando colgué mi columna en el blog, cometí una falta de ortografía al escribir “porque” cuando debía haber escrito “por que”. Tenía la frase un significado final y no causal. Al comentarlo avergonzada, me di cuenta de que muchos admitían que ellos también se equivocaban habitualmente, así que hoy me he propuesto dar una pequeña clase de ortografía sobre el tema. ¿Por qué? Está claro, porque soy profesora de Lengua. Están también muy claros los otros dos porqués de mi columna: la Roja y Camarón de la Isla, de cuya muerte el lunes se cumplieron 20 años. Sí, mientras la Plaza de Cibeles se inundaba de alegría ante el tsunami rojo, me acordaba yo del Camarón. No crean que soy una aguafiestas, mi melancolía no desdice para nada el entusiasmo de las calles. No soy de esas que critican a cualquiera que no hable del incendio de Valencia o de la marcha de los mineros que llegaban a Tordesillas, ¡cómo si a ellos no les hubiera gustado estar en Cibeles! Es más, estoy segura de que Camarón, tan amigo de los oscuros y apenados –“En la boca de una mina / a una mujer vi llorar…”- también habría vibrado con la Roja. Miren lo que cantaba por bulerías, con esa oportunidad profética que poseen los artistas flamencos: “Voy siguiendo una a una/las estrellas de los cielos/entre rojas y amarillas/bajo la luz del silencio…” Y porque, como buen cantaor, también cantaba con los pies, seguro que acompañó con un zapateado los goles maestros de Matas, de Silva, de Torres y de Alba. ¿Por qué? Porque sí, la magia no tiene explicación, como no se explica por qué entra un balón en la red o por qué pega en el palo. Los palos de Camarón los escuché dos veces en Valladolid, y las dos veces me pregunté el porqué de su duende salvaje y delicado, el porqué de su gracia de sabio que no sabe por qué. “A una paloma torcaz/ un ala le partí yo,/ no voy más de cacería/ de la pena que me dio..” Quizás aquí esté el porqué: el mundo entero, con su ala partida, busca la voz del cantaor o el pie del futbolista para curar su ala desgarrada. Los chicos de la Roja seguro que comprenden el porqué de lo que digo, aunque no sepan expresarlo, porque lo suyo es el estadio y no el escenario. Allí sí son artistas, en el estadio, porque el arte es el juego donde los hombres luchan por que el balón del mundo se pare ante sus pies. Y el futbol tiene eso, la grandeza incruenta de la épica civilizada y delicada como el ala de un pájaro. Piensen, piensen… Los miles y miles que presencian la batalla en las gradas, ¿por qué no se matan entre ellos?. Esa es la grandeza de este juego de masas, haber sustituido la sangre por la camiseta roja, y la cabeza del enemigo por una pelota. Aquí está el porqué de que consigan que un país entero bote de entusiasmo, porque se ha producido el milagro de encajar en su sitio el planeta perdido, porque se ha cumplido el sueño común que predecían las estrellas. En todas las plazas de España, menos en la roja Plaza Mayor de Valladolid, claro está. Aquí se prefiere el pádel -sin comentarios, los porqués de este Ayuntamiento no sé cómo se escriben-. Lo importante es que, al igual que en la Venta de Vargas conservan la camisa de Camarón, nosotros conservamos la camiseta que nos pusimos el día en que, sin saber por qué, fuimos tan felices, el día en que botaron hasta los muertos en sus tumbas. Pero no se pregunten el porqué: es la magia, es el duende.