La mejor forma de desactivar la carga explosiva del pensamiento crítico es proclamar la ignorancia del que lo expone. Con esa pedantería que caracteriza a los técnicos de esto y aquello, nada de lo que piense quien no es al menos diplomado en charlatanería económica se considera digno de crédito, sobre todo si no se utiliza con soltura el argot que ciertos financieros inventaron para ocultar la verdadera naturaleza de su latrocinio. Para que los menesterosos aguanten su desgracia sin rechistar, los causantes de su infortunio argumentaron siempre que su ley era necesaria, por absurda que pareciera. En la Roma clásica se decía que el esclavismo era imprescindible para generar riqueza, en el antiguo Egipto que no había prosperidad posible sin la protección de los faraones. Hoy sabemos que estas creencias eran falacias, la historia lo ha demostrado. Ante el pensamiento absurdo e interesado del poder, y su correspondiente lenguaje abstruso, los seres humanos pueden oponer el sentido común y el lenguaje común, tan viejo como el tiempo. La realidad lo corrobora: hasta ayer mismo se afirmaba con contundencia que la ley de desahucios obligaba a que las familias se quedaran en la calle mientras las ciudades se llenaban de pisos vacíos. Ante la protesta masiva, el gobierno comienza a desdecirse: ahora resulta que sí existen mecanismos jurídicos para evitarlo, incluso sin modificar las leyes. La avaricia rompe el saco, pero los avariciosos encuentran la forma de remendarlo si ven que sus víctimas ya no se resignan a permanecer al raso. Creonte, el personaje de Sófocles, ya explicó mucho antes del nacimiento de Cristo el maleficio del dinero: “Él saquea las ciudades y hace salir a los hombres de sus hogares. Él instruye y trastoca los pensamientos de los hombres para convencerles de que son buenas las acciones vergonzosas”. Y quien dice dinero dice usura, que es su manifestación más eficiente. Ezra Pound, con pensamiento profético, exponía en uno de sus cantos la situación a la que se ha llegado en las sociedades occidentales: “Con usura / nadie tiene una casa de piedra donde se sienta seguro. / Con usura, el pan seco sabe a papel,/ con usura, el cantero es alejado de la piedra/ y el tejedor de su telar./Con usura,/ la lana no llega al mercado./ La usura paraliza la mano de la hilandera./ Para el usurero la oveja no vale nada./ La usura aparta la mano de la aguja,/ la usura acaba con la pericia del que hila”. Y ¿quién es el culpable? En cualquier investigación se busca al culpable de un delito entre aquellos que se benefician de que se haya cometido. ¿Quién se ha enriquecido con el gran desfalco social?, ¿los emigrantes?, ¿los parados que reciben ayudas?, ¿los que se hipotecaron para pagar sus viviendas? No parece. Luego, ellos no son los culpables. Observe quien compra los productos de la industria de lujo, que está aumentando sus beneficios de manera vertiginosa con la crisis. Observe quien evade capitales y quien decreta amnistías fiscales para los evasores. No, no le estoy animando a que ponga una bomba. Usted tiene un arma más poderosa que esa. Piense, apunte bien y diga lo que piensa a quien no quiere escucharlo. No siga paralizado por el miedo a pensar. Pero despierte pronto, porque el tiempo se acaba. A un lado y a otro del Atlántico siguen tejiendo día y noche la mortaja para todas las aspiraciones de prosperidad y de justicia. Los telares de la usura no se detienen, las manos de la usura nunca duermen.