En la Alemania nazi, se desarrolló un programa de fabricación de niños con la finalidad de contribuir a la pureza de la raza. El programa animaba a las muchachas de las juventudes hitlerianas a que se apareasen con oficiales de las SS sin otro fin que regalar sus hijos al estado. Avanzada la guerra, también se admitieron las donaciones de mujeres de los países ocupados, siempre que hubieran sido embarazadas por soldados alemanes. Finalmente, se robaron niños rubios de ojos azules a madres que serían eliminadas en los campos de concentración. Los hijos de Hitler –así los llamaban- eran dados en adopción a familias de probada ideología nazi y de pura raza aria. A la operación se la denominó “Manantial de vida”. Todos los tiranos se empeñan en controlar la reproducción, ya sea empujando a las mujeres a tener hijos, ya sea impidiéndoles que lo hagan, como en el caso de China. Sabíamos que en las dictaduras de Chile y Argentina se robaban niños para entregárselos a familias de militares antes de asesinar a sus madres. Pero en el caso de España, hasta hace muy poco no nos hemos enterado de que en las cárceles franquistas se robaban los hijos de las reclusas con finalidad semejante. En los primeros años de la postguerra, el afamado doctor Vallejo Nájera dirigió un experimento eugenésico que consistía en seleccionar esos niños para entregárselos en adopción a familias afectas al Régimen. Cuando se acabaron los hijos de las mujeres encarceladas, allá por los años 50, se empezó con los de mujeres solteras y pobres. Entonces el doctor pasó el relevo a las religiosas de la Caridad, como en el caso de Sor María. El destino de los niños robados eran familias católicas de toda la vida, que harían de ellos verdaderos hijos de Dios. Es verdad que en España no se buscó la pureza racial, pero sí se hacía una selección, ya que los niños eran vendidos a cambio de grandes sumas de dinero, y el cliente no estaba dispuesto a quedarse con una mercancía defectuosa. De 50.000 a un millón de pesetas variaba el precio de un niño. En la casa cuna de Tenerife, por ejemplo, entre 1950 Y 1970, grupos de alemanes tenían el privilegio de escoger a los niños rubios, mientras los nacionales solo elegían el sexo. Para seleccionar a los más sanos, se les escrutaba a conciencia, mirándoles el pelo, la complexión o el arqueo de las piernas. Sin embargo, detrás de este mercado también se escondía una idea altruista: la iglesia católica siempre ha estado interesada en intervenir en la tarea reproductora de sus fieles, animándoles a tener hijos en gran número. La explicación es que los hijos son de Dios y hay que educarlos para que un día regresen al cielo de donde han venido. ¿Quién mejor que las familias seleccionadas por las religiosas para asegurar el recorrido de ida y vuelta?, ¿y quién peor que las pobres familias analfabetas o las madres solteras? Sor María fue una entusiasta que dedicó su vida a corregir la obra de la naturaleza, redistribuir a los niños y encaminarlos hacia la salvación. Lo hizo con mayor celo que otras hermanitas y por eso sufrió persecución de la justicia. Pero hay algo que no cuadra: ¿qué hubiera sido del niño Jesús si la Sagrada Familia hubiera llamado al portal de sor María cuando María se puso de parto? Es seguro que ella no hubiera dejado un niño tan guapo en manos de una pareja a sus ojos tan miserable, compuesta por un viejo carpintero y una joven que se había casado embarazada. Me pregunto si a estas alturas la habrían perdonado.