En su último viaje, Gulliver llega a la Isla de los caballos. Y se encuentra con una situación inaudita: los caballos son gentiles, inteligentes y civilizados, mientras los hombres se comportan como bestias. Es indudable que por medio de esta historia, Jonathan Swift realiza una crítica feroz a la organización social humana, que potencia la mentira y la avaricia. Y de paso recalca lo ridícula que es la percepción que tenemos los hombres de las otras especies, a las que nos creemos superiores y utilizamos como meros productos ganaderos. Me acordé de los viajes de Gulliver al oír que últimamente la carne de caballo está pasando a ser la base de la alimentación europea. Quizá usted lo ignore, pero mientras se engulle una hamburguesa, caben muchas posibilidades de que esté devorando a uno de esos nobles animales, despiezados y picados convenientemente. Y no es que considere menos merecedores de la vida a los cerdos o a las vacas – si alguien desea leer una obra sobre el tema, le recomendaría “Adiós cordera”, de Clarín- sino que el caballo ha sido siempre y especialmente el símbolo de la noble amistad entre los animales y los hombres. ¿Y el perro? En el perro hay una docilidad que a algunos –no a mí, desde luego- podría parecerles servil; sin embargo el caballo, al ser muy superior a su amo en energía, fuerza y elegancia, le dota a este de grandeza. Por eso, no se oyen expresiones del tipo “ese lleva una vida de perro” o “ese es un perro”, refiriéndose al caballo. Pero lo que avala el concierto respetuoso de caballos y seres humanos es la misma palabra “caballero”, que usamos para referirnos a los hombres de sentimientos nobles y ademanes corteses. “Caballero” significaba en la Edad Media “hidalgo poseedor de caballo” y, por ende, obligado a comportarse con honor y justicia. Sin su caballo hubiera perdido su honra y su respeto. ¿Qué les voy a contar a cualquiera de ustedes sobre la nobleza de este animal majestuoso? Al caballo, un caballero no lo llama Caballo, lo llama Babieca o Furia o Rocinante. Por eso me escandaliza otra noticia a la que los medios de comunicación han dedicado mucho menos espacio que a la carne de caballo con la que se preparan los platos precocinados, y que está relacionada con ella. Me refiero al hecho de que en España, en estos tiempos de crisis, muchos propietarios de caballos – no digo “caballeros” porque no merecen este nombre- los llevan a los mataderos para sacarse unos euritos y, de paso, ahorrarse el pienso. Ni hoy ni ayer, los menesterosos son amos de un caballo. Los que perpetran tal infamia son señoritos con fusta, acostumbrados a mirar a los de abajo con desprecio, desde la superioridad que confiere ir a lomos de sus fieles corceles. ¿Qué pensarán mientras saborean la salsa boloñesa?. Seguramente que, al fin y al cabo, no hicieron mal negocio. Es otra de las consecuencias de que don Dinero sea el caballero más poderoso del mundo. Sus contemporáneos dijeron que Swift había terminado sus días deprimido y demente. Y prueba de su locura era que prefería frecuentar los establos a los salones burgueses. ¡Quién sabe si su locura no era más que signo de ser un verdadero caballero! ¿Que a qué obedece el título de la columna? Se me olvidaba: Swift escribió un panfleto satírico, en el que proponía, como forma de solucionar la crisis económica de su época, cebar a niños pobres para que su tierna carne se vendiera como alimento. El panfleto se llamaba “Una humilde propuesta”.