He de confesar que siempre he mirado la enseñanza bilingüe con desconfianza, sobre todo cuando sus destinatarios son niños autóctonos, cuyos padres, como sucede en la mayoría de las familias españolas, no pasan del nivel de principiantes en el idioma en que se educa a sus hijos. Les voy a contar una anécdota: en Madrid, una pareja contrata a una jovencita para cuidar a su bebé, con el acuerdo de que le hable siempre en inglés, bajo amenaza de despido. “Yo, a escondidas, le hablo en español, porque he notado que, cuando lo hago, me sonríe” –le cuenta la nurse a una colega en un banco del parque-. “Admiróse un portugués/ de ver que en su tierna infancia/ todos los niños de Francia/ supieran hablar francés…” ¿Se acuerdan de los versos de Moratín?. Hoy día, lo que admiraría el portugués es que, en su tierna infancia, todos los niños de España sepan chapurrear inglés. A ese chapurreo generalizado ayudan mucho los juegos interactivos: me ha sido difícil encontrar uno para mi nieto en el que le hablaran en cristiano, hasta los guau- guaus y los miau-miaus ladraban y maullaban en la lengua de Shakespeare. El inglés se está convirtiendo en algo semejante al latín durante la Edad Media, el idioma que distinguía a los cultos de los analfabetos, que solo alcanzaban a entender la lengua “vulgar”. Bien, pues habrá que aprender inglés, pero aprenderlo de verdad, porque lo que pretende generalizar el Ministerio no es que los niños españoles aprendan idiomas en la escuela, con profesores preparados filológica y pedagógicamente, en grupos reducidos y con clases diarias. No, se trata de que cualquier profesor de Historia o de Ciencias Naturales, por ejemplo, enseñe su asignatura en un idioma ajeno, que ni siquiera él domina por entero. ¿No conseguiremos, muy al contrario, que nuestros alumnos no lleguen a comprender conceptos básicos, y se contenten con memorizar lo que entienden a medias? Sin hablar del desasosiego que puede producir en muchos niños el hecho de asociar la escuela con el lugar en donde al pan no se le llama pan y al vino menos. Y lo más contradictorio es que, mientras se generaliza la enseñanza bilingüe también en Secundaria, sin ninguna evaluación previa de las experiencias que se venían realizando de manera experimental, el Ministerio de Educación elimina las becas para asistir a cursos de verano y recorta la enseñanza en las escuelas oficiales de idiomas. Hoy la Escuela Oficial de Idiomas de Valladolid cumple 25 años. Se me ocurre que la manera de celebrarlo sería sacar plazas de profesores a oposición, para satisfacer la demanda ingente de clases de idiomas eficientes y gratuitas. Quizá me equivoque, pero a mí me parece que, con el método actual, corremos el peligro de formar futuros analfabetos bilingües, a los que tendremos que enseñar en lengua vulgar lo que en su día no terminaron de entender en inglés. Mientras lo hacemos, algunos, quizá, nos sonrían.