Para vergüenza de todos los grandes despachos de abogados calzonazos, ha sido un sencillo letrado de Martorell, Dionisio Moreno, que trabaja en una habitación de su vivienda con un PC antiguo, el que ha conseguido que se paren los desahucios en España. Siguiendo el “Sí se puede”, Dioni se puso a pensar un día en su despacho. Se puso a pensar porque creía en la justicia y en la capacidad de la razón humana para oponerse a la sinrazón despiadada. Y he aquí que lo consiguió. Sí podemos, demostró Dionisio Moreno en la corte de Bruselas. Sí podemos, les dijo a los parlamentarios y al mismísimo ministro de Justicia –que, por cierto, ayer se entretenía respirando incienso en la entronización del Papa de los pobres-. Dionisio Moreno, que no fue invitado a la ceremonia, ha traducido al leguaje legal lo que todos sabíamos, que en las hipotecas españolas se engañaba vilmente. El asunto viene de antiguo: en Roma, el propietario tenía derecho a la vida del deudor, de tal manera que éste pasaba a ser su esclavo, en compañía de su familia y descendencia. Algo parecido a lo que sucede hoy con los desahuciados cuya deuda les perseguirá toda su vida. Dado que el cristianismo rechazaba la esclavitud, la Iglesia condenó el préstamo con interés, que era una de sus causas. Los santos padres no tuvieron que inventar nada, la condena a la usura ya estaba escrita: “Vino a mí la palabra de Jehová, diciendo: Y el hombre que fuere justo, e hiciere según el derecho y la justicia, que no prestare dinero a interés ni tomare usura”, esto lo leemos en Ezequiel 18. Siguiendo en la misma línea, Santo Tomás de Aquino decía que el préstamo con intereses era una violación de la ley moral natural y, por la misma causa, el Concilio de Trento decretó que “el préstamo con intereses es un pecado de igual gravedad que el homicidio”. Pero las tesis contrarias de Calvino abrieron la puerta al sistema capitalista, con su corte de ávidos usureros. Muchos conocieron sus consecuencias fatales. Por citar solo un caso, el del poeta Luis de Góngora, que fue desahuciado de su casa madrileña cuando era un anciano. Más grave fue el caso del padre de Dickens, desahuciado y arrastrado a la cárcel con toda su familia. En España, la Ley de Desahucios parecían provenir de aquellos tiempos deplorables. Algunos españoles consiguieron por iniciativa popular –a la que tarde y finalmente se unieron los partidos políticos de izquierda- enfrentarse a los demonios del desánimo. Y escuchando sus gritos de protesta, muchos acabamos por considerar que tenían razón, que esa ley era terrorista y criminal. La crisis no la justifica. Puede que la economía financiera no sea sostenible sin la ley homicida, pero la vida tampoco es sostenible en esta situación inmoral. ¡Que paguen sus deudas aquellos que timaron a los que hoy intentan hacer sus esclavos! Se me olvidaba. ¿Saben de otro desahuciado famoso?: se trata de Miguel de Cervantes, cuyo padre fue desahuciado en Valladolid, cuando él tenía cinco añitos, y dio con sus huesos en la cárcel por no pagar sus deudas. Ocurrió en la misma ciudad en que, años más tarde, su hijo terminaría de escribir el Quijote. Sin duda Cervantes hubiera felicitado hoy a Dionisio Moreno, que ha demostrado que, en esta nuestra edad de hierro, todavía es posible luchar por la justicia. Sí podemos. Muchos lo consideraban una locura, pero gracias a él sabemos que aún se pueden vencer las leyes injustas utilizando el arma de la razón. ¡Ojalá nunca renuncie el ser humano a hacer realidad esta quimera!