Para Soraya Santamaría son elementos de disuasión ¿Y para Rajoy? Ni sabe ni contesta, ha pedido un informe. Confundió el chapapote con la plastilina, así que hace bien en informarse, no sea que esta vez confunda los cortantes “elementos de disuasión” con las cosquillas. Pero ustedes, que sí saben lo que son las cuchillas, oigan cómo la primera autoridad de Melilla, Juan José Imbroda, justifica su colocación: “A mí tampoco me gustan, pero no quiero situarme en el terreno lírico-poético. Hay que ser realistas”. También los negreros eran realistas. Sin esclavos, ¿quién hubiera cultivado las plantaciones de tabaco y café? ¿Recuerdan aquella antigua adivinanza? Se dibuja un hombre cercado: a la derecha rujen los leones hambrientos, a la izquierda le rodea el mar embravecido, delante hay una compañía de soldados con metralletas y detrás un abismo. Añadan que el abismo es de hambre absoluta y cambien los leones por cuchillas, ya tienen el enigma completo. Yo nunca lo supe resolver. Pero les propongo otro más fácil: calculen a cuántos inmigrantes desesperados hubieran podido socorrer los 8 millones de euros que cobró Dragados y Construcciones por instalar las cuchillas, y cuántos inmigrantes se hubieran quedado en casa tan felices de no haber sido por las guerras que fomentan los fabricantes de armas –a eso se dedicaba el Ministro de Defensa español-. Convendrán en que estas cifras nada tienen de lírico. Aquí el más lírico ha sido Gil Tamayo, el secretario de la Conferencia Episcopal, que esta vez sí ha condenado las cuchillas. Quizá es que ha leído el poema de Celan: “Cerca estamos, Señor/ cercanos y apresables./ Estamos apresados, Señor,/ uno a otro enzarzados,/ como si fuésemos un mismo cuerpo,/ tu cuerpo, Señor./ Hasta allá fuimos/ luchando contra el viento/ hasta allá fuimos para arrodillarnos/y beber de pozas y lagunas./ Era un abrevadero de sangre/ la sangre que tú derramaste, Señor…”. Hacemos lo que hacen todos, cortar por lo sano -eso dirá Pons, con el mismo argumento con el que justificó la contabilidad B de su partido-. No, señor Pons, no todos somos iguales. Usted se refiere a la mayoría silenciosa que se avergüenza de declarar que, aunque no le gusten, las cuchillas son necesarias para preservar el sistema. Pero hay gente lírica que siente en sus carnes una comezón inaguantable cuando le exponen con tanto realismo que vive en un sistema criminal. Sucede incluso entre los que tienen casa con jardín. Para que lo entienda hasta Rajoy, que tanto se preocupa de las niñas -¿se acuerdan de “la niña de Rajoy”?- voy a recordar un cuento de Istvan Örkény, que tiene a una de ellas por protagonista: Una madre acerca a la alambrada a su hija de 4 años y desde allí le enseña el tren que por fin les llevará a casa. Como la niña no recuerda lo que es una casa, le pregunta: “Mamá, ¿en casa también hay centinelas” “No, allí no los hay”-le contesta la madre-.Y el cuento termina con la última pregunta de la niña: “Entonces, de allí, ¿se podrá escapar?” Lo malo es eso, también para los que estamos del otro lado de la valla, que no hay escapatoria posible. Celan, que el viernes pasado hubiera celebrado su cumpleaños, se arrojó al Sena con una piedra al cuello por la misma razón: la piedra le pesaba tanto como la culpa de haber sobrevivido al nazismo. Y perdonen si mi columna ha herido su sensibilidad, pero es que, en contra de lo que cree Imbroda, la lírica también tiene cuchillas.