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Esperanza Ortega

Las cosas como son

El rincón vacío de la casa

 

Ayer se recogieron los árboles de Navidad. Se recogieron esos árboles maravillosos, que milagrosamente se sostienen con su carga azarosa de cascabeles y  de estrellas, velas, cintas, ángeles y muñecos de nieve. También desaparecieron, a Dios gracias, los árboles gigantescos que representan la soberbia del poder a la puerta de los bancos y otras empresas con ánimo de lucro. El más horrible, sin duda ninguna, el árbol al que dirigía su mirada enloquecida de codicia la eximia cantante y extravagante ciudadana Montserrat Caballé en el anuncio de la Lotería. Era un árbol sin sombra, sin cobijo posible, por eso ya  los hemos olvidado. Lo que es más difícil de olvidar es el árbol doméstico, iluminado por los ojos del niño que lo mira por primera vez. ¡Un árbol dentro de casa!, ¿cómo habrá crecido? Eso debía de preguntarse mi nieto de dos años mientras lo contemplaba fascinado. Su respuesta al enigma: ¡Árbol! ¡Árbol! Algo semejante siente Tula, mi perra. Todos los años atrapa entre sus dientes la punta de una rama, para luego escupirla, decepcionada. Pero no se separa del Árbol, intuye que a su lado está su sitio, en el rincón de los que habitan el tiempo previo a la credulidad y a la incredulidad. Eliot reivindica en un poema ese árbol de Navidad primigenio, incomprensible: “el árbol del niño
para el que cada vela es una estrella, y el ángel dorado / desplegando sus alas en la copa del pino / no es solamente un adorno, sino un ángel”. Los regalos que traen los Reyes Magos poseen esa potencia que los redime del precio y de la compraventa, por eso se dejan al pie del Árbol, en el único lugar mágico, inadecuado de la casa.  Su situación justifica la mentira imprescindible: por si acaso los dioses se olvidan de nosotros, al menos que el niño tenga su regalo. “Ojalá los recuerdos acumulados de la emoción de cada año / 
puedan concentrarse en una gran alegría
semejante siempre a un gran temor, / como la ocasión
en que el temor llega a cada alma:
pues el principio nos ha de recordar el fin”. Así termina el poema de Eliot, hablando de la muerte, augurando un sentido para el primer asombro infantil en la conciencia del anciano agonizante. Alegría y tristeza, confianza y temor entretejidos. 
Porque, indudablemente, no hay nada más triste que la muerte necesaria para que el mundo vuelva a nacer, para que el sol salga de nuevo para todos en esta fiesta anual en que principio y fin se dan la mano. Lo dice el villancico: “La nochebuena se viene/ la nochebuena se va/ y nosotros nos iremos/ y no volveremos más”. Ese momento, el del paso de un tiempo a otro tiempo, es el que se graba en el tronco del árbol perenne. Y por un instante todos participamos al unísono de la alegría del deshacerse y confundirse. Los niños son destinatarios del regalo de lo desconocido por ser quienes son y como son: niños, con ojos que ven un árbol dentro de la casa, algo verdadero entre la mentira, ajeno a cualquier transacción o cambalache interesado. Y los que sabemos que el Árbol se vende en un bazar, sabemos también que, mientras jugábamos a la Navidad, subió la luz, se congeló el salario mínimo y el Ayuntamiento de Madrid tiene el proyecto de gastar ¡dos millones de euros! en reformar su página web. Por fortuna, el mundo sigue dando vueltas. Ese es el único consuelo para la desolación del rincón vacío de la casa.

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Sobre el autor

Esperanza Ortega es escritora y profesora. Ha publicado poesía y narrativa, además de realizar antologías y estudios críticos, generalmente en el ámbito de la poesía clásica y contemporánea. Entre sus libros de poemas sobresalen “Mudanza” (1994), “Hilo solo” (Premio Gil de Biedma, 1995) y “Como si fuera una palabra” (2007). Su última obra poética se titula “Poema de las cinco estaciones” (2007), libro-objeto realizado en colaboración con los arquitectos Mansilla y Tuñón. Sin embargo, su último libro, “Las cosas como eran” (2009), pertenece al género de las memorias de infancia.Recibió el Premio Giner de los Ríos por su ensayo “El baúl volador” (1986) y el Premio Jauja de Cuentos por “El dueño de la Casa” (1994). También es autora de una biografía novelada del poeta “Garcilaso de la Vega” (2003) Ha traducido a poetas italianos como Humberto Saba y Atilio Bertolucci además de una versión del “Círculo de los lujuriosos” de La Divina Comedia de Dante (2008). Entre sus antologías y estudios de poesía española destacan los dedicados a la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del 27, con un interés especial por Francisco Pino, del que ha realizado numerosas antologías y estudios críticos. La última de estas antologías, titulada “Calamidad hermosa”, ha sido publicada este mismo año, con ocasión del Centenario del poeta.Perteneció al Consejo de Dirección de la revista de poesía “El signo del gorrión” y codirigió la colección Vuelapluma de Ed. Edilesa. Su obra poética aparece en numerosas antologías, entre las que destacan “Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española” (1950-2000) y “Poesía hispánica contemporánea”, ambas publicadas por Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores. Actualmente es colaboradora habitual en la sección de opinión de El Norte de Castilla y publica en distintas revistas literarias.