Valladolid se parece cada vez más a la ciudad desierta de una película de ciencia ficción, con locales abandonados, que en otro tiempo fueron negocios florecientes. Solo hace falta darse un paseo por las calles aledañas al Centro para comprobar que este paisaje desolador que describo no es exagerado. Algunos ilusos abren negocios que cierran a los pocos meses, cuando ya han perdido tanto el dinero como las esperanzas de recuperarlo. “Cuanto más juegan, más pierden. Y al final, nos lo quedamos todo”. Aunque lo parezca, la frase no es de Montoro, es de Robert de Niro, en el papel de protagonista de Casino, la película de Scorsese. Así ocurre también con estos efímeros negocios que abren y cierran en Valladolid, tras haber pagado en impuestos mucho más de lo que soñaron ganar. Pero la economía española va muy bien, como les va bien a los dueños de los casinos cuando sus clientes pierden. A algunos les sonría la suerte, por ejemplo a los que han cobrado indemnizaciones millonarias tras arruinar bancos y empresas. Un Rato por aquí y un Rato por allá, miren y observen, encontrarán gente que no sabe en qué invertir sus beneficios. Así circula el dinero, la diosa Fortuna da otra vuelta a su rueda y unos pocos está contentos. Los descontentos y nostálgicos sentimos que habíamos perdido algo muy valioso el miércoles pasado, cuando se cerró el Cine Roxy, fundado en 1936 y, por lo tanto, el más antiguo de entre los que nos quedaban en Valladolid. De momento su fachada permanecerá intacta, pues el cine será sustituido por un casino. ¡Cuántos casinos habrá albergado la pantalla del Roxy, hoy convertida en una sábana vacía, sin vida, como la misma ciudad!. ¡Y qué casinos aquellos, los del cine! No me refiero únicamente al casino de Casablanca, en el que, delante de los gerifaltes nazis, se cantó nada menos que la Marsellesa. ¡Vaya escena gloriosa! Aunque quien nos mostró de verdad el ambiente de los casinos fue Scorsese, y Cóppola con su Corazonada. Ahora me acuerdo de que la misma Gilda estaba en un casino cuando recibió su bofetada famosa. En aquellos antros maravillosos y temibles, mirando fijamente sus ruletas hipnóticas desde la sala de butacas, aprendimos cuánto era el poder del dinero. Allí conocimos a los gánsteres de cine, tan elegantes como perversos, capaces de perder en la ruleta sin perder los papeles. En la inauguración del casino del Roxy deberían proyectar una de estas películas, para que los clientes tuvieran un modelo; me refiero a los que lleguen allí con los bolsillos llenos de dinero de verdad. Pero no lo harán. Y la cutrería de los nuevos y viejos señoritos vallisoletanos se paseará por sus pasillos con torpeza, como los malos actores por el escenario. Incluso Los Soprano despreciarían ese ambiente. En la ciudad en la que se invita a los toros a los estudiantes universitarios y se pagan clases de caza a los niños de Primaria, ¿decidirán introducir en el arte de las apuestas a los alumnos de Secundaria? Cualquier cosa es posible, todo depende del azar. Algunos preferiríamos, sin embargo, que a los estudiantes se les enseñara Cine. Pero esto tendría que suceder en otra película, ambientada en otra ciudad. En Valladolid ya se ha detenido la ruleta, señalando hacia el número al que casi ninguno habíamos apostado. Pocos han ganado y muchos han perdido. Han perdido, seguro, los que apostaron por la Cultura y por una ciudad humana y habitable.