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Esperanza Ortega

Las cosas como son

Un maestro de escuela llamado León Tolstoi


“Es más fácil escribir diez volúmenes filosóficos que poner en práctica uno solo de sus principios”, afirmó León Tolstoi en una ocasión. Y precisamente para poner en práctica el principal de sus principios, que “únicamente ayudando a los demás el hombre puede llegar a ser feliz”, fundó la escuela de Yásnia Poliana. En este libro, Tolstoi escribe el diario de su experiencia en la escuela para campesinos que fundó en una de sus propiedades cuando decidió retirarse al campo después de haber dejado atrás tanto su experiencia militar como la vida disipada de joven aristócrata. Su proyecto se rige por los principios pacifistas, anarquistas y cristianos a los que ya no renunciará hasta su muerte. Quizá porque intuían el desastre que se avecinaba en el siglo XX, otros muchos intelectuales europeos de finales del XIX inician en la misma época proyectos pedagógicos con los que pretenden reformar la sociedad del futuro. Todos ellos abogan por una escuela libre, popular, abierta, sin distinción de sexos ni de clases. Pero hay dos casos que se parecen especialmente al de Tolstoi, porque ambos están protagonizados por santos escritores: Giner de los Ríos en España y Tagore en la India. La Institución Libre de Enseñanza y La Escuela de la Paz coinciden con la escuela de Tolstoi en que suponen la realización de una utopía. De las tres, sólo la Escuela de la Paz de Tagore ha tenido continuidad hasta hoy mismo. La escuela de Yásnia Poliana fue cerrada por el gobierno por las mismas razones por las que la Iglesia ortodoxa excomulgó a Tolstoi en los últimos años de su vida, porque hacer realidad una utopía mina los cimientos del poder autoritario.

Tolstoi describe con minuciosidad su experiencia de maestro ; pero el lector que busque en este libro las ideas generales que dirigieron su trabajo se sentirá pronto decepcionado. Aunque es verdad que visitó otros centros pedagógicos en Francia e Inglaterra antes de poner en marcha su proyecto, Tolstoi se presenta ante sus alumnos con inocencia roussoniana, sin ideas preconcebidas. Como buen pacifista, no cuenta con otras armas que la buena voluntad y la capacidad de persuasión. La espontaneidad del profesor, igual que la espontaneidad infantil, nunca debe ser cercenada, eso es lo que se desprende de su humilde diario de maestro de escuela. En consonancia con este principio, intenta por todos los medios interesar a los niños campesinos de familias analfabetas por el conocimiento de las ciencias y las artes. ¿Por qué lo hace?, ¿por altruismo?, ¿por caridad cristiana? Hay un poco de todo eso, pero hay también en gran medida una fascinación por el simple hecho de ver desarrollarse la mente de los niños, con un gusto semejante al del jardinero que se complace en la contemplación del crecimiento de los frutos cuyas semillas él mismo ha plantado; sin alterar su desarrollo, sin intentar que los alumnos salten por encima de lo que su propia naturaleza les pide. Tolstoi dice refiriéndose a los métodos que pretenden arrebatar a los niños tempranamente a su mundo infantil: “Cada una de estas tentativas, lejos de desenvolver al niño, le aleja del fin propuesto, como la mano ruda de un hombre que, por ayudar a la flor a que se abra, desarrollase violentamente los pétalos” Un desorden armónico reina en esta escuela que, sin embargo, asume el riesgo de desequilibrarse en cualquier momento, pues los aciertos y los errores son, como en la misma vida, continuos. El desorden proviene de la algarabía natural de la infancia que Tolstoi en ningún momento se propone ahogar. Esto no quiere decir que en la escuela de Yásnia Poliana los alumnos no atiendan a sus profesores, todos los días se producen súbitos acontecimientos de silencio encantado : “Parece que todo está muerto, nada se mueve: ¿no duermen? Avanzas en la penumbra, miras el rostro de uno de los pequeños: está sentado, embebidos sus ojos en los del maestro; la atención le hace fruncir las cejas; por décima vez quita de su espalda el brazo de un camarada que se apoya en ella. Le haces cosquillas en el cuello y ni aún sonríe, sacude la cabeza como para espantar a una mosca; está completamente absorto en el relato misterioso y poético…” Poético, esa es la palabra que define este libro. “La Escuela de Yásnia Poliana” es uno de los relatos más poéticos de Tolstoi, un relato del que, una vez acabada su lectura, hubiéramos querido saber más. Pero en el diario del maestro hay un secreto que se resiste a ser desvelado, igual que permanece el misterio en un poema, por mucho que pretendamos explicar su sentido. Y como ocurre en la poesía, la mirada contemplativa es la única capaz de captar esos instantes de esplendor que su autor nos ofrece, en breves párrafos diseminados en el texto. Por ejemplo, en esta descripción de la salida de clase: “¡Los niños van a casa! Y oís golpear los piececitos en los escalones; y los escolares, bajando a brincos, retozando como gatos, cayendo sobre la nieve, se adelantan a la carrera uno a otro y se lanzan gritando hacia casa”. El creador de mundos de ficción sustituye a los personajes por seres de carne y hueso, con un atributo del que carece el mejor de los protagonistas: la libertad. Los alumnos de Tolstoi no hacen lo que Tolstoi desea que hagan, es el maestro el que intenta que libremente elijan caminar a su lado en busca del conocimiento. A veces lo consigue y otras veces no, ¿Podría ser de otra manera? Pero lo que sigue siendo extraordinario es el impulso moral que pone en marcha cada uno de los gestos de un profesor que, con voluntad quijotesca, decide tratar a sus alumnos no como son sino como deben ser. Por eso les explica sus lecciones con el mismo respeto con que don Quijote dirigió a los cabreros el discurso de la Edad de Oro. ¿En qué medida es extrapolable esta nueva manera de enseñar y aprender? Sin duda muchos de sus principios, como el rechazo a los castigos corporales o la necesidad de integrar el entorno de los alumnos en la tarea del aprendizaje son hoy moneda común en las escuelas de primaria, lo mismo que su método de lectura progresiva. Pero tanto su oposición a las notas y a los exámenes como el hecho de que la asistencia a clase no se considere obligatoria están en las antípodas de cualquier sistema educativo actual. Hoy se prepara a los alumnos para que se integren en una sociedad competitiva e inmisericorde. ¿Por qué? Sin duda porque hemos perdido la esperanza de que el mundo pueda mejorar en un futuro próximo. Y también porque los alumnos, cuando llegan a la escuela, en muchos casos ya han perdido la inocencia que Tolstoi se empeñaba en preservar. Y sin embargo, esta afirmación suya sigue siendo hoy tan válida como en el momento en que fue formulada por primera vez: “Hay en la escuela algo indefinible, que escapa casi enteramente a la acción del maestro, algo desconocido en la ciencia pedagógica y que constituye, no obstante, el fondo mismo del buen éxito de la enseñanza: es el espíritu de la escuela” Es verdad que en la experiencia que se describe en este libro, el maestro no hallará respuestas para los problemas educativos actuales, pero su lectura hará que se pregunte cada día si el espíritu de la escuela ha visitado su clase. Y hoy como entonces, cuando un maestro se sienta en la mesa y mira a los niños a los ojos, sigue teniendo la posibilidad de crear un espacio apacible. Esta es la lección que Tolstoi nos explica en “La escuela de Yásnia Poliana”.

(Este artículo apareció el 20-11-2010 en “La sombra del ciprés”, suplemento literario de El Norte de Castilla)

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Sobre el autor

Esperanza Ortega es escritora y profesora. Ha publicado poesía y narrativa, además de realizar antologías y estudios críticos, generalmente en el ámbito de la poesía clásica y contemporánea. Entre sus libros de poemas sobresalen “Mudanza” (1994), “Hilo solo” (Premio Gil de Biedma, 1995) y “Como si fuera una palabra” (2007). Su última obra poética se titula “Poema de las cinco estaciones” (2007), libro-objeto realizado en colaboración con los arquitectos Mansilla y Tuñón. Sin embargo, su último libro, “Las cosas como eran” (2009), pertenece al género de las memorias de infancia.Recibió el Premio Giner de los Ríos por su ensayo “El baúl volador” (1986) y el Premio Jauja de Cuentos por “El dueño de la Casa” (1994). También es autora de una biografía novelada del poeta “Garcilaso de la Vega” (2003) Ha traducido a poetas italianos como Humberto Saba y Atilio Bertolucci además de una versión del “Círculo de los lujuriosos” de La Divina Comedia de Dante (2008). Entre sus antologías y estudios de poesía española destacan los dedicados a la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del 27, con un interés especial por Francisco Pino, del que ha realizado numerosas antologías y estudios críticos. La última de estas antologías, titulada “Calamidad hermosa”, ha sido publicada este mismo año, con ocasión del Centenario del poeta.Perteneció al Consejo de Dirección de la revista de poesía “El signo del gorrión” y codirigió la colección Vuelapluma de Ed. Edilesa. Su obra poética aparece en numerosas antologías, entre las que destacan “Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española” (1950-2000) y “Poesía hispánica contemporánea”, ambas publicadas por Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores. Actualmente es colaboradora habitual en la sección de opinión de El Norte de Castilla y publica en distintas revistas literarias.