“Escribo en el olvido/ en cada fuego de la noche/ cada rostro de ti”, así comienza un poema de Juan Gelman. Se refiere a su nieta Macarena, a la que conoció siendo ya una jovencita, hace cinco años. Su padre, Marcelo, y su madre, Claudia, fueron asesinados en las cárceles de la dictadura argentina, pero, antes de que eso sucediera, Claudia fue separada de su hija recién nacida. Un policía uruguallo inscribió como suya a la nieta de Gelman, a la que por supuesto nunca reveló su auténtica identidad. ¿Por qué siguió su rastro Gelman durante tantos años hasta llegar a encontrarla? Quizá la respuesta esté en estas declaraciones suyas: “para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él”. Gelman ya había encontrado a su nieta cuando recibió el Premio Cervantes. Cervantes, precisamente, tiene una novela ejemplar que se titula “La fuerza de la sangre”. Y ese podría ser el título de una nueva novela nada ejemplar, la que cuente la historia de una niña o un niño robado a su madre en la enfermería de un cárcel de postguerra española. Hoy empezamos a enterarnos de lo que durante tantos años había estado oculto tras los barrotes de la ignominia más absoluta: que en España hubo cientos de niños desaparecidos, robados a sus madres sin la más mínima consideración. Y hay más que eso. Los periódicos entrevistan cada día a madres a las que les robaron sus hijos en las clínicas, tras el parto, con la excusa de que habían nacido muertos o habían muerto a las pocas horas de nacer. Y lo que es todavía peor, testimonios de monjas que corroboran los hechos que durante muchos años habían ocultado. La pura y dura ambición fue la que instigó esta mafia siniestra que operó hasta bien entrados los años setenta. Los niños vendidos al mejor postor, bien aseados, oliendo a agua bendita, serían entregados a familias ejemplares, bienpensantes, obedientes a las normas que regían la vida de aquellas monjitas. Algunos de estos falsos padres habrán salido el viernes tras la pancarta “Sí a la vida”, en la manifestación que se celebró en Madrid, organizada por los obispos. Me pregunto a qué están esperando esos obispos para condenar este genocidio del alma de los niños robados. El dolor de sus madres, ¿cómo podrá ser remediado? Estamos asistiendo a uno de los mayores escándalos de nuestra historia sin que a nadie parezca importarle. Todos los españoles somos huérfanos de una vida robada, huérfanos de la verdad que nunca llegaremos a saber. ¿Juzgarán a los culpables cuando sus crímenes ya hayan prescrito? Y aquellas ladronas de tocas bien planchadas, ¿en qué se gastaron el dinero?, ¿qué inmundicia escondían sus vidas inútiles?. Hay hechos que son controvertidos, que pueden ser interpretados de distintas maneras, sin embargo, nadie va a defender la actuación de estos nuevos ladrones de cuerpos que sembraron el dolor a los largo y a lo ancho de toda la geografía española. Tenían su secreto guardado bajo miles de llaves, pero la puerta que cerraron tras de sí va a ser abierta, la empuja la fuerza de la sangre.