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Esperanza Ortega

Las cosas como son

Natalia Ginzburg o la palabra como talismán

Si a Proust  el olor de una magdalena le hizo partir en busca del tiempo perdido, Natalia Ginzburg solo necesitó repetir las voces de sus familiares para que su pasado regresara a su lado y se hiciera presente. Así escribió “Léxico familiar”, un libro de memorias en donde lo recordado, su infancia y juventud, se organiza siguiendo el hilo finísimo y a un tiempo indestructible de las palabras. Muchos escritores sienten en determinado momento la necesidad de escribir una obra en donde ellos y su entorno familiar sean los protagonistas, pero  todos tratan de encontrar un ángulo especial para escribirla, de manera  que, lejos de ser un anecdotario costumbrista, se convierta en una verdadera obra de arte. Así vemos como algunos distorsionan el punto de vista y establecen un diálogo con el niño que fueron, como hizo Paul Auster en “Diario de invierno”, o se incluyen en la primera persona del plural, en el “nosotros”, queriendo dar la impresión de que la suya forma parte de una historia colectiva. Otros justifican el hecho de detenerse a  contar su vida en la necesidad de transmitir un legado a sus descendientes, a los que dedican sus recuerdos. Natalia Ginzburg no necesita de tales artificios ni justificaciones para realizar una obra absolutamente original, narrada de una manera sencilla y directa, por medio del recuerdo de las frases características de su abuela y sus padres. Y lo hace de una forma tan precisa que nos permite a los lectores escuchar sus voces e imaginarnos rostros, actitudes, escenarios e incluso aspectos íntimos y morales. No pensemos en frases lapidarias ni en reflexiones solemnes, el suyo es el monumento a la gracia de lo cotidiano, a la grandeza de lo coloquial, a la frase común, que cada uno de estos personajes pronuncia de una manera única e intransferible, constituyéndose así en identificación de la familia. Y aquí llega lo realmente misterioso y artístico: los lectores, al leer este libro, rememoramos no tanto el léxico familiar de la autora como el léxico nuestro, las frases que recordamos de nuestra propia infancia, que ella nos hace reconocer e identificar. Como en todas las grandes libros de memorias, ante éste, el lector tiene la sensación de que entre sus páginas de alguna manera se cuenta algo de su propia vida.

La idea de que son las palabras familiares las que nos permiten internarnos en la profundidad de la infancia subyace en otros libros de memorias, especialmente las femeninas. Eudora Welty titula “La palabra heredada” a su autobiografía de lectora infantil, y la poeta neozelandesa Janet Frame rememora así en “Un ángel en mi mesa” la inolvidable algarabía de su niñez: “En aquellos días de Outram, en que numerosos parientes vivían cerca, había muchas idas y venidas y conversaciones y risas, y las palabras viajaban como el viento en cables invisibles”. Pero es Virginia Woolf la que echa en falta de forma dramática esa cualidad rememorativa de las voces y expresiones que Natalia Ginzburg derrama a raudales en “Léxico familiar”. Dice Virginia Wooolf en “Memorias de vida”, refiriéndose a la dificultad de contar cómo era realmente su madre a su sobrino, destinatario literario de su relato: “Las palabras escritas por una persona muerta o viva suelen, desdichadamente, quedar envueltas en suaves pliegues que anulan todo rastro de vida. No encontrarás en lo que digo la semblanza de una mujer a quien tú puedas amar….A menudo he lamentado que nadie escribiera las frases de tu abuela y los vividos giros de su habla, pues tenía el don de emplear las palabras de manera muy personal…Cuánto daría por recordar una sola frase suya o el tono de su voz clara y redonda” Pues ese don es el que tenía Natalia Ginzburg y del que se vale para conseguir que amemos el mundo en que nació y vivió como si se tratara de algo propio. Sería interesante reflexionar más detenidamente sobre la razón de que sean las mujeres las que transmiten el tesoro lingüístico, que pervive en la memoria como el olor de la casa. Quizá sea la carencia de una presencia pública, lo que las haya permitido constituirse en centinelas de ese tesoro familiar, el único suyo. O quizá esté relacionado con el valor nutricio del lenguaje y con que las mujeres hayan sido las encargadas de la alimentación de sus hijos. Cuando un ser humano es arrojado al mundo incomprensible de la soledad y la identidad, recibe de su madre dos bienes impagables: la leche materna y la lengua materna, es decir, las palabras suyas, sobre las que edificará su pensamiento y su memoria. “Léxico familiar” es un ejemplo de este valor nutricio del lenguaje.

No debemos pensar, sin embargo, que Natalia Ginzburt se  deleita contando la historia jocosa de una familia pintoresca. En absoluto.  Por debajo de este animado concierto de voces, escuchamos el lamento de los muertos y la soledad apenas susurrada de los vivos, las desdichas propias de una época convulsa que fue especialmente cruel con una familia antifascista de origen judío como era la suya, víctima de la persecución política y racial. Pero Natalia Ginzburg poseía un arma especialmente eficaz contra sus adversarios: las palabras con las que contar su historia. Con ese talismán consiguió hacer a su mundo digno de ser amado y, por tanto, invulnerable al olvido.

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Sobre el autor

Esperanza Ortega es escritora y profesora. Ha publicado poesía y narrativa, además de realizar antologías y estudios críticos, generalmente en el ámbito de la poesía clásica y contemporánea. Entre sus libros de poemas sobresalen “Mudanza” (1994), “Hilo solo” (Premio Gil de Biedma, 1995) y “Como si fuera una palabra” (2007). Su última obra poética se titula “Poema de las cinco estaciones” (2007), libro-objeto realizado en colaboración con los arquitectos Mansilla y Tuñón. Sin embargo, su último libro, “Las cosas como eran” (2009), pertenece al género de las memorias de infancia.Recibió el Premio Giner de los Ríos por su ensayo “El baúl volador” (1986) y el Premio Jauja de Cuentos por “El dueño de la Casa” (1994). También es autora de una biografía novelada del poeta “Garcilaso de la Vega” (2003) Ha traducido a poetas italianos como Humberto Saba y Atilio Bertolucci además de una versión del “Círculo de los lujuriosos” de La Divina Comedia de Dante (2008). Entre sus antologías y estudios de poesía española destacan los dedicados a la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del 27, con un interés especial por Francisco Pino, del que ha realizado numerosas antologías y estudios críticos. La última de estas antologías, titulada “Calamidad hermosa”, ha sido publicada este mismo año, con ocasión del Centenario del poeta.Perteneció al Consejo de Dirección de la revista de poesía “El signo del gorrión” y codirigió la colección Vuelapluma de Ed. Edilesa. Su obra poética aparece en numerosas antologías, entre las que destacan “Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española” (1950-2000) y “Poesía hispánica contemporánea”, ambas publicadas por Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores. Actualmente es colaboradora habitual en la sección de opinión de El Norte de Castilla y publica en distintas revistas literarias.