Llegó la primavera y con ella el Día de la Poesía, mientras los refugiados sirios son deportados a Turquía para que no contaminen con su pena la “felicidad” programada por la cultura europea –en España participan en congresos por “la felicidad” eminentes autores- mientras, en Bruselas, las explosiones van dejando el reguero de muerte que desdice la felicidad impostada. A mí, los tambores de las procesiones me recuerdan además día y noche que estoy en Valladolid y que es Semana Santa. Sin embargo, llueve, y yo tengo cuerpo de otro otoño tranquilo. Me quedo en casa a no hacer nada, y se adueña de mí la nostalgia al enterarme de que se celebra el cincuentenario de la fundación de Alianza Editorial, la editora que todos conocemos por sus libros de bolsillo. Recuerdo sus primeros números, y ahora sí que me siento próxima a otra primavera amigable y poética. Porque, ¿qué es la poesía más que aquello que se siente y no se puede explicar con palabras? La poesía es en sí misma un suceso extraordinario, tan inexplicable como la llegada de la primavera. Y me digo que también fue un acontecimiento poético la aparición de los libros de bolsillo de Alianza Editorial: tenerlos en las manos incitaba el deseo. Buenos, bonitos y baratos, con ellos sus lectores nos incluíamos en una red invisible que, en vez de atraparnos, nos liberaba de la historia. Además, los libros de Alianza tenían sobre los prohibidos de Losada la ventaja de que eran editados en España y se podían comprar incluso en los quioscos de las estaciones. ¿No eran obras de ciencia ficción?, lo eran de alguna forma, pues nos trasladaban a un futuro democrático, mientras se editaban en la España franquista. A los que nos pillaron en la primera adolescencia, cuando acabábamos de cerrar las novelas de la colección Historias de Bruguera, Alianza Editorial nos proponía la entrada en el mundo de los mayores sin renunciar a la frescura novedosa de la juventud. ¡Qué diferencia con los libros de bolsillo de la colección Austral! Austral era a Alianza lo que el libro de cocina de la Sección Femenina a las recetas de Simone Ortega. El libro de falange era apropiado para los cacharros de barro, y el de Alianza para las baterías antiadherentes. Mientras se guisaba la menestra, leíamos las últimas novelas de la colección Reno que no habíamos acabado todavía. ¡Ah, cómo olvidar aquel volumen de “Adiós a las armas” de Hemingway, con su papel áspero y poroso, que absorbía con rapidez las lágrimas derramadas sobre sus páginas y las hacía ilegibles. Los libros de Alianza eran imborrables, como los sueños nuestros, en aquellos otoños que olían aún a primavera. Si me dijeran hoy que podía volver a un instante de mis quince años, les confieso que pediría volver al momento en que abrí “La metamorfosis” de Kafka en aquella colección de bolsillo de Alianza Editorial: “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.….” Ese es el milagro de la poesía, la sensación de que te internas en una tormenta tuya, en donde naufragas sin ser abatido, porque otro viajero regresará intacto de tu aventura. Alejandra Pizarnik lo expresaba en estos versos: “explicar con palabras de este mundo/ que partió de mí un barco/ llevándome”. Por eso hallamos todavía algo nuestro cuando viajamos de nuevo por las páginas de estos barcos de bolsillo. Y el hallazgo de encontrarnos a nosotros mismos, en medio de la pena, nos hace tan felices.