El domingo pasado, un grupo de niños de distintos países subieron al balcón del Ayuntamiento para colgar una pancarta. Era justo el mediodía, cuando las agujas del reloj se juntan para marcar las doce y los rayos de sol caen trasversalmente sobre la Plaza Mayor. Y allí había una pequeña multitud, una mínima muchedumbre de unas doscientas personas en representación de toda la ciudad. Con este acto concluía un día en apoyo a los refugiados que han sido expulsados a Turquía y a todos los que están perdidos en el laberinto de la insolidaridad europea. Leí allí un texto con el que pretendía expresar el sentir de los que estamos en contra de tales medidas y no nos hemos resignado a considerarlas inevitables. Desde el domingo, la situación de los refugiados se ha ido haciendo cada vez más insoportable, por eso aquel texto, desgraciadamente, sigue estando de actualidad:
“¡Clamor! Clamor de muchos, muchos tan perdidos/ que ni saben de tantos/ ya perdidos, su propia muchedumbre,/ clamor con rabia oscura o claridad/ rabiosa. Clamor, clamor…” Los que acabo de leer son versos de Jorge Guillén, el poeta vallisoletano. Guillén escribió Clamor al terminar nuestra guerra civil, cuando muchos, muchísimos españoles se dirigían hacia la frontera francesa o partían en barcos huyendo de la represión franquista. Y el clamor de aquella muchedumbre sí que fue escuchado: los exiliados españoles fueron acogidos en diversos países, como Francia, México o La Unión Soviética. En la actualidad, sin embargo, Europa vuelve la espalda a quienes se agolpan ante sus fronteras huyendo de la guerra, y abandona en el mar a familias enteras desesperadas. El horror se ceba en los más vulnerables: miles de niños deambulan solos por los campamentos y las carreteras. ¡Europa entera debería temblar ante este espectáculo! Y los gobiernos europeos, sordos a este clamor, ya han adoptado su solución final: deportar a los refugiados a Turquía, un país que no ofrece garantías de respeto a sus derechos como seres humanos. Pero no hay ciudad en España ni hay ciudad en Europa a donde no haya llegado el clamor de la muchedumbre de condenados de la tierra, y donde no aparezcan grupos que protestan contra tales medidas inhumanas. Esta es nuestra esperanza, que este clamor no cese, que se acreciente día tras día. Ayer mismo el mar se ha cobrado 5 nuevas víctimas al naufragar en Lesbos una embarcación. Sucesos como este, que se repiten a diario, nos han traído hoy a la Plaza Mayor de Valladolid para exigir que se cumplan las leyes internacionales de asilo, y que se cumpla sobre todo la primera ley universal, la ley de la luz, que ilumina a todos por igual, la ley del agua, que discurre para que todos sacien su sed, la ley de la tierra, que a todos debe alimentarnos. Las autoridades españolas y europeas tienen que saber que cuando actúan de manera despiadada no nos representan, que este crimen no se perpetra en nuestro nombre. ¡Para eso estamos aquí, para que en Valladolid, en España y en Europa se oiga el clamor de otra muchedumbre, la muchedumbre solidaria!Comencé leyendo el Clamor, de Jorge Guillén, y voy a terminar con el Grito hacia Roma, de Federico García Lorca. Por medio de su clamor y de su grito ambos poetas expresan al unísono nuestra indignación, la indignación de todos, tan justa como necesaria: “Porque queremos el pan nuestro de cada día,/ flor de aliso y perenne ternura desgranada,/ porque queremos que se cumpla la voluntad de la tierra/ que da sus frutos para todos.”