Todorov, uno de los autores más importantes de la teoría semiótica en los años sesenta, acaba de publicar un libro en el que comenta la trayectoria de una serie de “Insumisos”, figuras del Siglo XX que se caracterizaron por oponerse al poder: Aleksandr Solzhenitsyn, Nelson Mandela, Malcolm X y Edward Snowden se cuentan entre ellos. Es curioso que un autor que comenzó analizando sistemas de signos ahora aplique su análisis no tanto a los textos literarios como a la vida misma. Me explico: una de las obras más importantes de Todorov es su “Gramática del Decamerón”, en la que pasa revista a los arquetipos o “actantes” que aparecen en todos los relatos de Boccaccio. Bien, pues estos hombres y mujeres insumisos que protagonizan su último libro se corresponden con el arquetipo del héroe, figura imprescindible en el relato mítico. Muchos afirman que ya no hay héroes, y Todorov demuestra que sí que los hay, aunque la potencia desmitificadora de los ciudadanos actuales tienda a embadurnar su superficie con manchas imborrables. Los hay y no los hay. Los héroes son nuestros imaginarias, los que velan por nosotros porque ese es su destino. El héroe por antonomasia de mi infancia era Jesucristo, que dio la vida por nuestra salvación. En la adolescencia lo sustituí por el Che. Me dormía mirando una foto suya, que tenía en la pared de enfrente de mi cama. Éramos casi de la familia. Algo semejante sentía Cortázar cuando escribió estos versos dedicados a Ernesto Guevara: “Yo tuve un hermano,/ no nos vimos nunca/ pero no importaba,/ mi hermano despierto mientras yo dormía…” Héroes tiene que haber, igual que tiene que haber felones, porque en otro caso no habría relato ni vida memorable. También se repiten los arquetipos en las aulas, eso lo comprobé en mis años de docencia: en cada clase hay al menos un empollón, un pelotas, un vago, un gracioso, un torpón, una víctima… Dependiendo de actitudes a menudo aleatorias, a cada cual se le asigna su papel y es muy raro que alguien cambie de arquetipo, de tal manera que puedes ser profesora durante 37 años y te parece haber estado siempre en la misma clase. Algo parecido debe de ocurrir en los partidos políticos. Siempre hay una grupo grande militantes anónimos y anodinos, una pandilla de ambiciosos con ansias de poder, tantas que pueden llegar a dar su vida por conseguirlo, y unos pocos héroes inmaculados. También hay un traidor, por lo menos, y unos cuantos corruptos, agazapados entre sus filas. Lo raro es que los corruptos sean mayoría, como pasa en ya saben qué partido, de tal forma que el militante honrado parece tonto de remate. Hoy mismo, un periódico digital empieza a difundir la lista de evasores de impuestos españoles en Suiza y otros paraísos fiscales. Comienzan por la familia del rey, pero seguirán con políticos, negociantes, banqueros…, demasiado para el metabolismo de un pueblo que pasa hambre y sed de justicia. ¿Cuál es la estructura del relato de ese partido, según el análisis estructural de Todorov? Excede todos los modelos. Y como no tiene ni ideas ni ideología, su campaña electoral nos dice solamente: “Estamos a favor”. ¿A favor de qué?, ¿de la corrupción?, ¿de la sinvergoncería?, ¿de la tontuna generalizada? No se sabe. ¿Acaso habrá que apoyar a los más guapos, a los que abrazan, a los que sonríen? Está claro que eso no va conmigo. Prefiero apoyarme en los que están en contra, en los insumisos, como Todorov.