Bob Dylan cumple setenta años. Es posible, aunque no lo parezca. Y sigue conservando su aspecto de vagabundo que espera en la carretera haciendo auto-stop. ¡Cuánto tiempo ha pasado desde que viajar en auto-stop era posible! Me pregunto dónde estará aquel pobre muchacho de la guitarra country que lloraba cuando pasaba el tren y al que oíamos cantar asomadas a la ventanilla: “Muchacha, tengo ganas de ti”. Me lo pregunto ahora: ¿dónde estará esa muchacha?, como los antiguos clásicos se preguntaban ¿ubi sunt?, como se preguntaba Jorge Manrique “qué se hizo aquel trovar/, las músicas acordadas/ que tañían…” Me lo pregunto mientras miro la televisión, mientras las banderas de las nuevas generaciones victoriosas en la urnas enturbian con su júbilo el silencio pacífico -pero no resignado- de la Puerta del Sol. Y muchos se preguntan: ¿De dónde han salido estos jóvenes airados, que nos dan lecciones de ética y política? ¿Son los mismos que acudieron con asombrosa diligencia a limpiar de chapapote las playas gallegas?, ¿los mismos que organizaron Alternativa Universitaria en un santiamén?, ¿los mismos que defendieron en Valladolid que la noche de San Juan tenía que seguir celebrándose “Cerca del río”, como reza la canción de Bod Dylan? ¿Acaso han pensado, como él, esta mañana: “A veces tengo ganas, voy a cambiar el mundo”? Pero a otros no les convence la fuerza de esta juventud creadora. Dicen: son pocos si los comparamos con los que llenan las plazas de cristales rotos en las noches lúgubres del botellón, son pocos si los comparamos con los que prefieren acudir en la Noche de San Juan a escuchar a los Cuarenta Principales. Yo sigo preguntándome: ¿acaso esta inmensa minoría que llena las plazas y las fuentes es suficiente para mover un planeta detenido? “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres”, decía Dámaso Alonso en un poema. ¿A que no diría hoy lo mismo en la Puerta del Sol? Pues de eso se trata. Porque, si de una cosa estoy segura, es de que estos jóvenes contarán algún día a sus hijos que estuvieron allí acampados, como nosotros les contamos que estuvimos en la manifestación que paró un tren en Valladolid en pleno franquismo ¿Será posible? Todo es posible cuando se posee el tesoro dorado de la juventud. Me refiero a los jóvenes de edad, de inteligencia y de corazón, a los que todavía no tienen su vida hipotecada, a los que acampan lejos de la vieja penumbra de las casas de usura, de su lujo infeccioso y su voracidad guadañera. “Creo que deberíamos coger a esas personas, meterlas en un barco y mandarlas a la Montaña del Oso…”, cantaba Bod Dylan. Se preguntarán ustedes por qué mi columna de hoy es tan poco realista en el sentido decimonónico, y les voy a decir el motivo: he estado un ratito en Fuente Dorada y me he sacudido la roña de unos cuantos años –otras prefieren el serum de colágeno de Helena Rubinstein-, pero yo les aconsejo que cometan un acto de cordura y vayan donde todavía hay un lugar reservado para la esperanza. ¿Se preguntan por qué? Escuchen a Bod Dylan, que estaba allí, sentado entre ellos, más joven que nunca, cantando “La respuesta está en el viento”.